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textos que en algún lado tenía que poner.

martes, 25 de noviembre de 2008

M de Madre de Dos...

Tener un hijo te cambia la vida, te modifica los esquemas (Además del cuerpo, claro). Esto no es ninguna novedad. Se han escrito infinidad de líneas al respecto. Con humor y con temor. Con liviandad y con demasiada seriedad. Hay textos para todos los gustos.

Se ha escrito mucho menos sin embargo sobre tener dos hijos, un segundo hijo. Muchos dirán que con el primero está todo dicho, que sólo se repite la experiencia. Yo sostengo otra teoría: Hay mucho menos porque las madres de dos no tienen tiempo ni para escribir la lista del super, mucho menos textos inútiles como este.

Ahora, que justamente están las dos dormidas, pasaré a enumerar unas sutiles diferencias que noto entre la primera y la segunda, así, sólo a simple vista.

Para la primera hicimos ecografía común y ecografía 3D. Le mentimos al médico para que nos haga ecografías de más. Salía a todos lados con el VHS en la cartera, por si tenían que hacerme una ecografía de apuro (??) y no quedaba registrada.

La ecografía más esperada de la segunda fue la que nos confirmó que era un feto “único”. Y no recuerdo si hicimos muchas más. Y no tengo a donde fijarme porque de VHS ni hablar.

A la primera le sacamos fotos hasta cuando la internaron porque se le hinchó la cara como un globo. Es como Gran Hermano pero estático (Bueno, es como Gran Hermano). Hasta del ombligo podrido tenemos fotos. Y además por mucho tiempo tuvimos el ombligo podrido, pero eso es para otra sesión. Si bien ya teníamos cámara digital yo mandaba a imprimir de a 100.

De la segunda hemos sacado mucho también. Pero menos. Y la única impresa es una en papel común en la oficina, que encima me quedó chica en el portarretratos. De todos modos este tema no me preocupa, si bien se llevan seis años parecen clonadas, y seguramente con el tiempo hasta yo me iré olvidando y podré asegurarle cándidamente a la segunda que por lo menos en la mitad de los álbumes la que está es ella.

A la primera la bañábamos todos los días. Un pompón era la nena de tanto jabón. Tenía patito de goma y un osito que largaba agua por la boca. Es que precisábamos mantenerla entretenida para sacarle fotos. A la segunda algunos días la hemos bañado. Básicamente cuando fue inevitable. En esas raras ocasiones juega con un tupper (limpio eh). Lo bueno es que cuando no la baño recuerdo qué le di de comer porque le veo el pegote del pelo y ya.

No es una cuestión de amor. Es una cuestión de recursos y de derecho de piso. Hablando de piso, hoy la pequeña estaba comiendo un pedazo de manzana, de ayer, que encontró en el piso, pero mal no le va a hacer, no?. La mayor comía menú especial, super variado, super nutricional. Y ahora es una gourmet, le gustan los langostinos y el "pescado rosa" (Salmón, $45 el kilo). La menor... bueno, la menor come manzana, recuerdan?

Cada una tiene su pieza. Pero a la menor le encanta ir a la pieza de la mayor. Ocurre que en la pieza de la mayor hay un casa de muñecas que me llega a mi a los hombros. Aproximadamente 15 barbies, 30 cajas de juegos, infinidad de marcadores, multitudes de maquillajes, un arcón lleno de disfraces. Y en la pieza de la menor está el mueble de planchado. Y bueno, es que llegó antes que ella. El mueble digo.

Y para ir terminando, eso de que por dos es más barato es una de las mentiras más grandes que escuché en mi vida. Está rankeada justo arriba de esa otra barrabasada que dice que el segundo parto te duele menos.

El amor es el mismo decía, la edad (la mía) no. Y si después viene algún reclamo de la chiquita simplemente le diré que estaba todo calculado para que ella sea fuerte y aprenda a pelear por sus cosas.

Y para los reclamos que, de todos modos, me hará la primera... ay, no se... lo tendría que haber pensado antes, ahora no tengo tiempo. Soy (entra otras cosas) madre de dos.

viernes, 21 de noviembre de 2008

M de Maldición!



Apenas en unos meses cumplo 35 años. Me han vaticinado todo tipo de depresiones y crisis, conflictos e inquisiciones filosóficas.
Para ser honesta, yo vengo surfeando sobre la edad sin problemas.

Básicamente me importa un cuerno. Si, me molestan un poco las canas, me incomoda algo salir y que me lleve una semana recuperarme, y algunas otras nimiedades. Pero de verdad que nada de esto me quita el sueño. (El sueño me lo quitan la bebe de un año y los dos gatos molestos, así que no hay lugar para algo más)
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Además, la boludez no tiene edad. Y como uno se lleva puesto en el transcurrir de los días, no creo que el último día de los 34 estés esplendido y el primero de los 35 estés para el descarte.

Por otro lado, de un tiempo a esta parte (Alguna vez voy a escribir sobre el significado personal de “de un tiempo a esta parte”, pero se resume en un tumor que estaba y ya no) yo festejo todo. Porque me gustan las fiestas, porque me gusta mi familia, porque me gustan mis amigos y porque elijo pasarla bien. Así que yo espero mi cumpleaños y lo festejo. Siempre.


Hace apenas unos días, en la mitad del quilombo de fin de año (O me sobran eventos o me faltan días de acá al 31 de diciembre) me percaté de la proximidad de mi cumpleaños y hasta me gustó el número que se avecina, porque pareciera que merece un festejo mejor. O al menos me pareció una buena excusa.


Mientras ya tenía casi todo organizado en mi cabeza (La chopera, la banda, el boliche, el menú, los invitados, la invitación y los zapatos que me iba a poner) me di cuenta, otra vez, de que todo no se puede. Porque tenemos ganas de vacacionar en Brasil, y somos un paquete de cuatro, porque el colegio de las nenas aumentó, porque todo aumentó y todo no se puede. Mierda.


Y entonces si, casi me agarran una depresión, muchos conflictos y varias inquisiciones filosóficas. En ese orden.

Lo más triste es que yo no pensaba tener crisis de los 35. Y parece que ya me inventé una. Maldición.

sábado, 15 de noviembre de 2008

M de Me tienen los huevos al plato.


Que el tiempo pasa no es ninguna novedad. Si te pasa por encima o no es más o menos la cuestión.

En líneas generales (Porque si vamos a entrar en detalles primero tengo que buscar contención profesional) puedo listar cierta caída de ciertas partes, cierta madurez en la toma de decisiones, cierta capacidad en crecimiento para el disfrute y mucha más paz (Que Dios sabrá si está relacionada con la sabiduría o con la resignación, pero eso lo vamos a dejar para la tercera edad cuando tengamos mucho más tiempo para afrontar semejante disyuntiva).

Mientras, a esta altura del campeonato, puedo decir, sin ningún empacho, que hay una gran serie de cosas que están mal. Por ejemplo, las sandalias con medias. Aunque no tengan puntera. De hecho, las medias sin puntera son una aberración. O tenés las patas al aire o no. Y para mi es así y punto.

Hay otro gran grupo de cosas que se, sin temor a equivocarme, que están bien. Y acá puedo incluso ponerme un poco pelotuda: Está bien postergarte aunque sea un poco por tus hijos, está bien pelearte con quien debas hacerlo, está bien amar a tu pareja hasta que duela, está bien ser incondicional para tus amigos. Está muy bien ser honesta. Sobre todo con vos misma.

Y el problema está con aquellas cosas que, tantos años y cuestiones vividas después, aún no sabés de que lado están. Cuando se te presenta alguna, así, en la cara de repente, en ese momento evaluás en entorno, el contexto, la situación, y le ponés le cuerpo y ya. Pero en frío levantas la ceja como Mirta, te pones el dedito en la boca y no sabés bien que partido tomar.

A mi me desvela, desde ya hace unos días, un tema en particular. Estoy rodeada de mucha gente. Por mi trabajo, mis actividades y mi forma de ser estoy recontra rodeada. Y me di cuenta (Y mientras me daba cuenta me horroricé) de que no soy capaz de distinguir, frente a alguien que me pone los huevos al plato, si está para medicar o para cagar a trompadas. Y no es un tema menor.

Esto que parece una gansada no me deja dormir. Ocurre que por mi naturaleza combativa y mi compulsión a no filtrar (me) soy peligrosísima.

Llegado a este punto, apoyada como decía al principio, en lo vivido, los años, la maternidad y la madurez, mientras escribía tomé una decisión.

A partir de este momento a toda esa gente que me tiene los huevos al plato y que no se si está para medicar o para cagarla a trompadas, en una primera instancia, y por las dudas, la voy a cagar a trompadas.

Total, para medicar siempre hay tiempo.

Puff...

(Nota: Y gracias a vos que 16 años después me diste un título estupendo que no puede dejar pasar)

lunes, 3 de noviembre de 2008

M de Me están cargando.


Vivimos en la Argentina. Entonces, en este bendito país nadie la abre la puerta a una persona encapuchada. Y nadie permite que sus hijos anden tocando timbres de casas desconocidas detrás de las cuáles puede haber asesinos seriales, vendedores de efedrina, participantes de Bailando por un sueño y tantas otras cosas.

Y sin embargo, desde hace diez días en los negocios hay calabazas por todos lados. Y en mi imaginario, una calabaza puede relacionarse con el puré de los bebes, la dieta, la comida de hospital (Que es casi como la dieta pero sin nada de sal) y con algo de esfuerzo, con alguna película de terror gringa.


Y por si fuera poco, fantasmas, calaveras, calabazas y brujas se mezclan en las vidrieras con árboles de navidad, pesebres y renos dorados. Una depresión... Primero porque ya estamos en Noviembre, y a esta altura del año un mes pasa en un respiro. Y segundo porque tengo tanto que hacer de acá a diciembre que quedo extenuada de sólo pensarlo. Esta Navidad tempana me exaspera. Y esta decoración ciclotímica esquizoide me pone ídem.

Intenté entonces abstráeme de está fiesta a la que no pertenezco y que no me interesa. Y bastante bien venía, porque como hago 800 millones de cosas por día hay cosas que puedo elegir dejar de lado. También hay cosas que me dejan de lado a mi y cosas que olvido. Incluso cosas que olvido dejar de lado, pero para qué vamos a adentrarnos en detalles.

Bastante bien venía entonces hasta que la invitaron a mi hija a una fiesta de Halloween. Y durante toda la semana me avisó que se quería disfrazar de fantasma. Bastante fácil me la puso, pero ni cinco de bola le di. Y eso que ella tiene una capacidad particular para la insistencia y la perseverancia… Por ejemplo, cuando estaba embarazada de la segunda leímos en voz alta que los bebes en la panza disfrutaban de los sonidos metódicos y sistémicos, como el retumbe de un tambor. Empezó entonces a seguirme con un tambor que el tío le trajo del Norte por toda la casa. Hasta que se dio cuanta de que peligraba mi sanidad mental. Y su integridad física.

Llegó el viernes entonces, y yo consecuente con eso que me dijo alguna vez un profesor de que hay que nombrar para que sea, yendo por el opuesto como siempre, evité Halloween, el festejo de mi hija y por supuesto el disfraz de fantasma con la esperanza de que desaparezca. Error. Empezó la nena a decirme: “Necesitamos una sábana blanca, pero blanca”. Y yo a revolver. Y mientras buscaba pensaba, y no hacía falta que pensara, porque ya sabía, que en mi casa no hay ninguna sábana blanca. Y cada vez que yo tocaba una sábana (Hueso, gris, de leopardo, con muñequitos, celeste, a cuadritos, etc) la nena, sin mirar, decía: Blanca, blanca. Estaba yo dispuesta a hacerle dos agujeros para los ojos a una sábana de hilo egipcio. Pero tampoco tenía eso. Y si, tengo guardado mi vestido de novia, que por la cantidad de tela hubiera servido para que se disfrazara todo el curso. Eso si no fuera que es de cuero. Y gris.

Mire entonces el arcon de los disfraces de la criatura. Y por primera vez recordé con cariño el vestido, espantoso, blanquísimo, pero sucio, que le regalaron, y que por supuesto no le compré yo, de Barbie novia.
Desesperada, al ritmo del cántico enfermo de mi primogénita de: blanco, blanco, fantasma blanco, blanco, empecé a sacar los 800 millones de disfraces que tiene hasta que di con el vestido. Hecho pelota. Descocido. Muy sucio. Y entonces vi que tenía la solución: “Te vas a disfrazar de una de tus películas favoritas: El cadáver de la novia!”. Se le iluminaron los ojos… Y gracias a Dios, a todos los Santos, al gusto particular de mi niña por el cine, y por supuesto, gracias a Tim Burton, teníamos el tema solucionado.

Claro que el disfraz era talle 4 y la nena, que claramente sale a mi marido porque yo soy un corcho, tiene seis años y talle 12. Pero la semilla ya estaba. Usamos el tul del disfraz, buscamos prendas blancas arrugadas y sucias, guantes, un collar, maquillaje. Una hermosura.


Volvió de su fiesta muy contenta. Con la ropa más sucia si eso es posible. Sólo comentó que una nena le había dicho que así vestida no asustaba a nadie. La misma nena cuya madre hoy, a la salida del colegio, nos grito, ahí va el cadáver de la novia, mi hija no paró de hablar de tu hija, que buena idea!


Y bueno. Según parece, por mi culpa en algún momento irá al psicólogo, pero no por esto. Por lo pronto, voy a agendar dos cosas. Irme de vacaciones para esta fecha el año que viene, y por las dudas, poner en la lista del súper comprar un juego de sabanas blancas.


Halloween porteño… como si no tuviéramos bastantes cuentos de terror autóctonos… me están cargando…

(pero nadie puede decir que yo no tenga la capacidad de reírme de ello).