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textos que en algún lado tenía que poner.
Vivimos en la Argentina. Entonces, en este bendito país nadie la abre la puerta a una persona encapuchada. Y nadie permite que sus hijos anden tocando timbres de casas desconocidas detrás de las cuáles puede haber asesinos seriales, vendedores de efedrina, participantes de Bailando por un sueño y tantas otras cosas.
Y sin embargo, desde hace diez días en los negocios hay calabazas por todos lados. Y en mi imaginario, una calabaza puede relacionarse con el puré de los bebes, la dieta, la comida de hospital (Que es casi como la dieta pero sin nada de sal) y con algo de esfuerzo, con alguna película de terror gringa.
Y por si fuera poco, fantasmas, calaveras, calabazas y brujas se mezclan en las vidrieras con árboles de navidad, pesebres y renos dorados. Una depresión... Primero porque ya estamos en Noviembre, y a esta altura del año un mes pasa en un respiro. Y segundo porque tengo tanto que hacer de acá a diciembre que quedo extenuada de sólo pensarlo. Esta Navidad tempana me exaspera. Y esta decoración ciclotímica esquizoide me pone ídem.
Intenté entonces abstráeme de está fiesta a la que no pertenezco y que no me interesa. Y bastante bien venía, porque como hago 800 millones de cosas por día hay cosas que puedo elegir dejar de lado. También hay cosas que me dejan de lado a mi y cosas que olvido. Incluso cosas que olvido dejar de lado, pero para qué vamos a adentrarnos en detalles.
Bastante bien venía entonces hasta que la invitaron a mi hija a una fiesta de Halloween. Y durante toda la semana me avisó que se quería disfrazar de fantasma. Bastante fácil me la puso, pero ni cinco de bola le di. Y eso que ella tiene una capacidad particular para la insistencia y la perseverancia… Por ejemplo, cuando estaba embarazada de la segunda leímos en voz alta que los bebes en la panza disfrutaban de los sonidos metódicos y sistémicos, como el retumbe de un tambor. Empezó entonces a seguirme con un tambor que el tío le trajo del Norte por toda la casa. Hasta que se dio cuanta de que peligraba mi sanidad mental. Y su integridad física.
Llegó el viernes entonces, y yo consecuente con eso que me dijo alguna vez un profesor de que hay que nombrar para que sea, yendo por el opuesto como siempre, evité Halloween, el festejo de mi hija y por supuesto el disfraz de fantasma con la esperanza de que desaparezca. Error. Empezó la nena a decirme: “Necesitamos una sábana blanca, pero blanca”. Y yo a revolver. Y mientras buscaba pensaba, y no hacía falta que pensara, porque ya sabía, que en mi casa no hay ninguna sábana blanca. Y cada vez que yo tocaba una sábana (Hueso, gris, de leopardo, con muñequitos, celeste, a cuadritos, etc) la nena, sin mirar, decía: Blanca, blanca. Estaba yo dispuesta a hacerle dos agujeros para los ojos a una sábana de hilo egipcio. Pero tampoco tenía eso. Y si, tengo guardado mi vestido de novia, que por la cantidad de tela hubiera servido para que se disfrazara todo el curso. Eso si no fuera que es de cuero. Y gris.
Mire entonces el arcon de los disfraces de la criatura. Y por primera vez recordé con cariño el vestido, espantoso, blanquísimo, pero sucio, que le regalaron, y que por supuesto no le compré yo, de Barbie novia. Desesperada, al ritmo del cántico enfermo de mi primogénita de: blanco, blanco, fantasma blanco, blanco, empecé a sacar los 800 millones de disfraces que tiene hasta que di con el vestido. Hecho pelota. Descocido. Muy sucio. Y entonces vi que tenía la solución: “Te vas a disfrazar de una de tus películas favoritas: El cadáver de la novia!”. Se le iluminaron los ojos… Y gracias a Dios, a todos los Santos, al gusto particular de mi niña por el cine, y por supuesto, gracias a Tim Burton, teníamos el tema solucionado.
Claro que el disfraz era talle 4 y la nena, que claramente sale a mi marido porque yo soy un corcho, tiene seis años y talle 12. Pero la semilla ya estaba. Usamos el tul del disfraz, buscamos prendas blancas arrugadas y sucias, guantes, un collar, maquillaje. Una hermosura.
Volvió de su fiesta muy contenta. Con la ropa más sucia si eso es posible. Sólo comentó que una nena le había dicho que así vestida no asustaba a nadie. La misma nena cuya madre hoy, a la salida del colegio, nos grito, ahí va el cadáver de la novia, mi hija no paró de hablar de tu hija, que buena idea!
Y bueno. Según parece, por mi culpa en algún momento irá al psicólogo, pero no por esto. Por lo pronto, voy a agendar dos cosas. Irme de vacaciones para esta fecha el año que viene, y por las dudas, poner en la lista del súper comprar un juego de sabanas blancas.Halloween porteño… como si no tuviéramos bastantes cuentos de terror autóctonos… me están cargando…
(pero nadie puede decir que yo no tenga la capacidad de reírme de ello).