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textos que en algún lado tenía que poner.

martes, 2 de septiembre de 2008

M DE MUJER: Golpeada!


Parece que no era suficiente con el hecho de verme vestida con ropa de ski. (Y eso que era todo casi todo negro. Estaba igualita a la carpa de circo Tihany pero de luto y con antiparras).

Obviamente no alcanzaba con la indignidad de los niños menores que te pasan por al lado velozmente mientras vos intentas hacer equilibrio en una pata y rezas para poder ponerte el otro ski antes de que cierren los medios de elevación. Y cuando digo “niños” incluyo a mi hija de seis años.

Claramente no bastaba con el odio profundo hacia el instructor (Que parecía, por su humor, que se acaba de dar cuenta de que siendo español y viviendo en eruos no le convenía hacer temporada en Esquel, en pesos). El instructor descargaba su frustración diciendo comentarios como: “Ni modo”, “Insistes”, “Ni forma”. Y lo coronó sentenciando: “Que esto algunos lo aprenden en tres días, otros en cuatro y tu en cinco”. Y pensar que le pague. Lo tendría que haber bajado del cerro a patadas en el orto. Por insolente.

Todo hacia suponer que se agotaba la cuestión pasada la primera e infructuosa clase de snowboard, luego de la cual me dirigí raudamente al ski. Raudamente es una forma de decir, como comprenderá cualquier que haya caminado con botas de ski puestas. O que conozca mi habilidad para cualquier cosa que se parezca a un deporte. Reconozco que evalué el culopatín, pero temí provocar un alud.

Hubiera sido justo que las profecías de todos mis amigos sobre la cantidad de desastres que iba a desencadenar quedaran sólo ahí. Hubiera sido justo decía, que perdieran todas las apuestas que hicieron. O que por lo menos que me dejaran participar.

Luego de sobrevivir a la aerosilla (recuerden, estamos en la Argentina) que para y arranca, que se bambolea y todo con mi bebe a upa, el resto debería ser un lecho de rosas. Claro que las rosas se mueren con 19 grados bajo cero.

Pero no, como la experiencia tendría que habérmelo indicado, algo tenia que pasar.

Iba yo con tanta dignidad (es factible que la palabra dignidad y yo esquiando nunca puedan cohabitar en una misma oración, pero eso es otro tema), decidida a bajar majestuosamente por la pista de principiantes, aterrada sin embargo porque al estar rodeada de niños temía aplastar a alguno y que no lo encontraramos nunca más. Decía, iba yo bajando casi llevando el control. Casi. Una cuña que seguramente se veía bastante peor de cómo yo la sentía, pero una cuña al fin. Y vino de atrás (De atrás es traición!) una mina (Más vieja pero más flaca, así que estábamos empatadas), muy rica ella con su tabla de snowboard. Y mirá que soy grande. Y mirá que estaba vestida de oscuro contrastante contra la blanca nieve,… Y aún habiendo expuesto todo lo anterior… se lanzo por entre mis piernas, con tabla y todo. Y me caí, claro.

Mis piernas se abrieron mucho más que de costumbre (Me refiero a la distancia y no a la asiduidad). Unos de los músculos de la cara interna de un muslo se estiró más de lo debido. Nunca más me pude parar. Vino la camilla. Arriba del cerro. Era anaranjada fosforescente la camilla (Por si alguno no me había visto).

Decí que estaba acompañada…

Dijo mi amigo: “Yo la vi, pero no te pude avisar”.

Dijo mi marido, luego de que lo invité a que siga con su clase: “Nooo, yo quiero ver cómo te bajan” (Y el tono no era de preocupación, créanme).

Mi amiga a mi no me dijo nada, no pudo porque estaba excitadísima gritándole a los anonadados camilleros: “Por favor, por favor, denme 5 minutos que busco la cámara de fotos, por favorrrr”. Ella tan profesora de la Facultad.

Mi hija ni me vio. Esquiaba mucho más arriba.

Me bajaron entonces a toda velocidad y hasta ahí llegó este año mi temporada de nieve. Quedaban dos días, me compre tres libros y una revista de cruzadas y me instalé en la confitería a tomar café.

Me traje a Buenos Aires el dolor de la pata. Varias cajas de la Abuela Goye (por las dudas), algunos tarros de trucha ahumada, millones de fotos, la plata que me sobró de los días que no esquié, 8 kilos de ropa sucia y varias cosas más.

Y que suerte que me traje todo eso. Tenía que compensar, porque claramente, el orgullo quedó allá.

Es que en esta vida loca y divertida que me tocó en suerte (Toca toca la suerte es loca diría mi hermana que con tres hijos no tiene mucho tiempo para andar dando explicaciones) ya debería saber yo que nada es suficiente... Gracias a Dios!