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textos que en algún lado tenía que poner.

domingo, 31 de enero de 2010

Cumplimos, que no es poco.


Lo bueno de cumplir año en Brasil es que cualquiera se pone una bikini. Incluso yo. Está bueno, aunque a otros les parezca una banalidad. Aquí soy de talle M para abajo. Es que es un sitio en donde el calor te obliga a la desnudez y a beber cerveza desde temprano, la conjunción entre kilos y bikinis es bastante diferente e lo que uno ve en Pinamar. Y además en Pinamar o te comprás la bikini o pagás las cervezas, ni con el cambio en contra del real llegás a los mismos costos.

Ya me había pasado en otros países de raíz latina y calurosa. Hace unos años por ejemplo, cuando yo pesaba literalmente 20 kilos más que ahora y además estaba embarazada, caminar desde el hotel hasta la zona de Condado, una playa divina de Puerto Rico, me resultaba fascinante por el menú de piropos increíbles que levantaban mis tetas y mis redondeces. Poco pero suficiente para mis diatribas internas que me sumergen en pozos profundos que sólo los que me conocen muy bien adivinan y soportan. El resto por suerte ni se enteran.

No faltará quien diga que me quejo de llena, y que lo bueno de cumplir años en Brasil es, para empezar; que uno está de vacaciones. Sobre esto último podría escribir 10 páginas, pero se las ahorro. No son los años ni las canas. Es lo que hay. Y además tengo serias intenciones de que vuelvan a leerme alguna vez. Egocentrismo puro será, como me dijo uno el otro día.

A horas de mi onomástico, no me molesta el paso del tiempo. Pero este año que pasó me pesa un siglo. A pesar y gracias a Dios, de mis amores. Ellos saben. Y con eso lo celebro, con el cansancio y los amores. Con los lutos y los nacimientos. No se trata de equilibrar, sino de saber distinguir unos de otros.

Y mientras, como para ponerme a tono, dejo pasar los días vacacionales entre la cerveza y los camarones. El problema es que uno no se puede tomar vacaciones de uno mismo, se lleva puesto dice una amiga. Tengo una angustia del año viejo que espero desaparezca aquí, y mientras, entre Skol y Skol no se si estoy distante o borracha, pero vamos que es sólo un detalle.

El sol que raja la tierra carioca y acentúa los olores de la cocina bahiana. Los colores fuertes y la gente exuberante. La música que nunca para pero que, al menos a mi, no me molesta. Estamos en un pueblo que parece Macondo. Y se mezclan los nenes jugando en patas en las callecitas de noche con los turistas fosforescentes, irrespetuosos del Febo de aquí, que claro, es el más grande del mundo. Sumo al paisaje a la mayor que no logra hacerse entender y yo que le digo que el idioma es lo de menos, que si sólo fuera cuestión de lenguaje…. La menor que sale corriendo detrás de todos los vendedores de choclo y que se empeña en decirnos que los sapos de cerámica de la tribu indígena que aún están en este lugar son el Sapo Pepe. Mi amor amoroso y considerado, valiente y generoso. Y los otros que importan, que están aunque yo esté lejos. Y aquí no hablo de kilómetros.

Y hoy en el medio de una excursión con un calor tremendo llegamos a una vieja Iglesia en donde habita la Virgen da Pena. Y explica la guía, harta supongo de decir lo mismo varias veces al día todos los días (conozco gente que vive así sin ser guía de turismo) que no es pena de dolor, sino pena de pluma. Que esta Virgen tiene una pluma en la mano para escribirle al Dios lo que quiere. Y como casi es mi cumpleaños, me permito la obviedad barata de pensar que no hay diferencia entre pluma y pena. Que incluso en el humor se escribe porque se pena. Y que la pena no te aleja de lo otro que se disfruta, conviven. Sin falsos dolores, que para poeta maldita me falta talento y me sobra gusto por las cosas buenas. Y sin comparaciones imposibles. Por lo de Virgen digo.

Le compro un rosario de la Virgen de la Pena a mi amiga que me escribe desde siempre en el alma, en otro intento de hacerle más liviana la carga. Me compro un vestido blanco para arriba de la bikini negra. Salgo corriendo atrás de la pequeña mientras el Hombre que vive conmigo se ocupa de la mayor y me detengo a sacarle una foto a la Iglesia.

Luego más fotos. De todo. Es que quiero tener presente el lugar en donde dejo mis 35. Y capaz no vuelvo más. Lo mejor está por venir dicen.

Y lo creo, sobre todo si lo aplico a a los camarones que me esperan para la cena mientras termino estas líneas. Un día a la vez. Lo mismo con las nostalgias. Y con los camarones.

Provecho. Y cumpleaños en paz. Lo de feliz lo vamos viendo, que después de todo no siempre es una obligación. Y está bueno que te agarre por sorpresa.


jueves, 7 de enero de 2010

1 AÑO EN 1 POST (El último, recargado)


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Último día del año. No estoy para balances. Suena el despertador, hoy trabajo igual. Apuro ducha y desayuno. En la cocina los olores de la comida para la noche vieja. Me pregunto si son los que van a recordar mis hijas cuando crezcan. Y uso canela y jengibre para que la nostalgia huela bien.

Me visto sin pensar (Ventajas de tener el 90% del guardarropas negro). Espío a las nenas. Beso a mi amor en los labios que me responden dormidos. No vivo sin esos besos. Quien lo hubiera dicho.

Camino casi una cuadra con el año en los hombros. Ayer no me pesaba tanto. Pero hoy es 31.

La ciudad está despierta. Ando ensimismada. El pelo mojado. El calor de la mañana en la cara. De pronto un grito: Ey! Te puedo hacer una pregunta?.

Un pibe, desde la mitad de la avenida en una camioneta. Gorra y ojos con chispa, el brazo acodado sobre la ventanilla, la cabeza sobre el brazo.

Yo aún no había emitido palabra. Abro la garganta: Si!, decime.

Conocés la calle Te Amo?
Y le explota la sonrisa de dientes.

Sonrío y me sonrojo. Tengo la guardia baja. Como en una película barata el gordo y el petiso de la gomería estallan en un aplauso. Se suma el grandote de la estación de servicio que, sospecho, vive ahí.

Arranca la camioneta, el grandote vuelve a su silla, los de la gomería al mate. Sigo caminando.

No es mágico. Pero casi. Falta abrazar a los que quiero para terminar el día y el año. Hoy no queda nada, pero a partir de mañana son 365 días para curar las heridas y para amar más.

Decidí que mi año terminó hoy a la mañana. Con aplauso y todo.

No hay balance. Desconozco el saldo pero agradezco. Nunca veo el vaso medio vacío, pero no significa que lo vea siempre lleno. Hay momentos, y diciembres, en los que me conformo con ver el vaso.

Sobre todo porque sino no puedo brindar.

Buen año y buena vida, que con un año solo no hacemos nada.



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