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textos que en algún lado tenía que poner.

jueves, 4 de febrero de 2010

Al palo. La Argentinidad.


Si la sunga es negra y debajo se ve la marca del sol apenas por encima de las rodillas, seguro es argentino. Llegó a las playas de Brasil, se sacó el short largo de reef y se calzó la sunga. Y este personaje es un argentino con menos de una semana en estos lares.

Luego, con la sunga puesta y bien calzada, irá al centro, a desayunar, a la cena, a las excursiones y al Shopping. Y no va a bailar en sunga porque la tiene que lavar.

Y luego de una semana, cuando ya haya perdido toda la compostura, cambiará el negro que cubre sus vergüenzas por un modelito rayado, amarillo y verde, con dos palmeras en el culo.

Así somos los Argentinos en Brasil. Hay otras señales inequívocas de que te estás cruzando con un coterráneo. Las minas tienen bolsos gigantes, acá andan más livianos, parece que no hace falta llevarte la vida encima. Luego, los argentinos nos vestimos de negro, a pesar de los 42 grados a la sombra. Hablamos a los gritos en cualquier lugar. Presencié como una agitada señora le gritaba al pibe de la recepción del Hotel, que le decía que había un error y que no estaba registrado que llegaban como un bebe y que le iban a dar la cuna al otro día, que lo único que faltaba era que le dijera que le iban a sacar el inodoro hasta el otro día, así que si quería cagar tenía que esperar. Más allá de si tenía razón o no, la cuestión es que se entendía ella sola, el recepcionista no habla una palabra de castellano. Los argentinos creemos que todos hablan nuestro idioma, y si vemos que no nos dan pelota, hablamos en inglés. Al tipo que nos mira en portugués.

La tasa de tetas hechas y de trompas infladas por el botox es alta en las argentinas en Brasil, sobre todo en las que pasan los 40. Cadena de oro con siluetas de lo hijos. Bikini metida en el orto, modelo no apto para Cariló. Tattoo de henna encima de la cola y en tobillo. Trencitas bahianas con bolitas plateadas, un bolso gigante de Versace, ojotas con taco y flor en el pelo. Porque acá todas nos animamos al floreado. Es como Miami pero diferente. Menos dorado, más pobreza, menos prejuicio, más Brasil.

Las pendejas argentas miran asombradas a las adolescentes morenas que lucen sus carnes sin tapujos al sol, a los negros embobadas, a la tapioca con asco y se mueven en masa, como si tuvieran que protegerse de algo. Bailan en la playa como reprimidas, bailan chiquitito, sin dejarlo ser. Y les cae la remera adecuadamente, dejando al descubierto el hombro en el que tienen tatuado su nombre con letras chinas.

Los argentinos vinimos con mate (Algunos boludos nos olvidamos la yerba) y lo llevamos puesto. A la playa y a la pileta. Al desayuno y a la cena. Revolvemos baratijas, sobre todo con el cambio actual, en lugares que se parecen a Constitución y en los que nunca se metería la señora del botox, ni el marido, el de la sunga, si estuvieran en la Argentina.

Los varones argentos de primer veraneo, también en manada, descubren lo sexi que es la frescura y la alegría de las morenas exuberantes. Aunque se les pierda la tanga en los rollos. Y si se cruzan con un grupo de argentinas sacan pecho y caminan mirando el horizonte, como un grupito de Gi.Joes. Pero en cuanto se pierden, he visto como se aflojan. Bueno, es un modo de decir, y caminan por la playa entre asustados y al palo. Con la argentinidad al palo quiero decir.

Los argentinos, deseosos de volver con un bronceado caribeño, aunque no estemos en el caribe, nos matamos el primer día con el sol y usamos protector – 2, entonces el tercer y el cuarto día no podemos sacar la cabeza del cuarto hasta que no anochece, y ahí es fácil reconocer a los argentinos. Son fosforescentes. Al tercer día se pelan y al cuarto vuelven a la playa con protector para bebes 50. Es que no nos creemos eso de que el sol sea el más grande del mundo, digo, los más grandes del mundo no somos los argentinos?

Y por si fuera poco, combinamos, sistemáticamente, el sol, la sunga, el bolso, el tattoo, la flores, la tanga y los gritos con la remera de la selección. Se puede jugar a ver remeras de Argentina y a clasificarlas por años.

No digo que seamos mejores o peores, y no digo que seamos todos, y yo juro que no tengo botox y que mi marido no tiene sunga. Ya van como 7 que me preguntan si soy tana, debe ser por las tetas naturales y de tamaño considerable. O porque no tengo remera de la selección. Somos lo que hay. Pero no deja de ser asombrosa la conversión. La señora que llegó hace 10 días con sandalias Sarkany o con las zapas de dedo partido de Nike, blancas, anda ahora con ojotas de Ipanema con flores de plástico y tiene las uñas de las patas decoradas con mariposas. Eso si, procuró comprar acetona para sacárselo antes de llegar a Baires, en donde volverá al nude clásico o al rojo de moda.

Y por las dudas, no es crítica, es descripción. No es juicio, es deformidad profesional. Sólo reconozco que mi bolso de playa es el más grande que he visto. Del resto no me hago cargo, y de lo que me hago no lo he puesto aquí. No tengo por qué hablar mal de mi, después de todo soy argentina.

Y al final, sólo es cuestión de seleccionar las fotos.