...

textos que en algún lado tenía que poner.

jueves, 29 de enero de 2009

M de Mañosa.


Como el sol del 25 vienen asomando. Pero no es el sol, son los años. Y terminan con un 5, pero de 20 nada. Se acercan los temidos 35. Todos juntos y de repente. La verdad verdadera es que a mi muchooo no me importa el tema. Habrá quien me diagnostique inconciencia, pero no creo. Es falta de tiempo nomás.

Una amiga me decía el otro día que no me molestaba la edad porque “yaestabacasadaconhijosdosgatosuntituloyunaempresa”. Casi le pego un cachetazo. Como si yo no me llevara puesta en todo ese transitar. Odio a los que te miran con cara de sufridos y esa expresión reduccionista de “Vos ya tenés todo resuelto”. Yo ya se, por ejemplo, que en mi lista nunca tacharé lo de plantar un árbol. Porque pobre árbol, qué culpa tiene si a mi se me mueren hasta los cactus. Y hay otra infinidad de cosas que tampoco tacharé nunca. Y qué? Eso tampoco me quita el sueño. Con lo poco que duermo mira si me voy a andar desvelando por árboles que ni conozco.


Si bien es cierto que a mi me gusta cumplir años y me gusta festejar y le pongo onda a la circunstancia, pareciera que, para no escapar a la regla de la treintena más cinco, este año el entorno se ha empecinado en arrastrarme a la crisis. Por ejemplo, a la gente se le ha dado por morirse, o al menos por intentarlo. Y entonces aparece la propia fragilidad, o peor, la de la gente que uno quiere. Pocas cosas más temidas en el universo. Al menos para mí.

Mi retoño mayor lee sola y ya no quiere ni que le cepille el pelo. La menor me agota. En la calle me han dicho tantas veces señora que ya ni me revelo. Hay alimentos que me caen mal y necesito dormir más que antes para sobrellevar el día. Mis amigos tienen colesterol y esas cosas de grandes. En las reuniones multitudinarias los niños nos superan en número y si divido mi edad en dos obtengo dos personas que ya terminaron el secundario y están en Gesell de vacaciones. Teniendo sexo.


Me encuentro analizando si ese zapato que me encanta es cómodo (Casi una herejía) y si realmente tengo ganas de salir a comer afuera. Miro con distancia a las nuevas tribus urbanas (Yo que pertenecí a varias, incluso al mismo tiempo) y pongo en mi boca frases que me hacen sentir que no soy yo, soy mi mamá.
Y por si los signos fueran pocos, podría jurar que este año mi padre me ha pedido sincera opinión sobre algo. Y no sólo eso, sino que la ha tenido en cuenta. Un espanto.

De todos modos, no me puedo quejar, o si pero no debería. La vida, hasta aquí, ha sido justa conmigo. Cómo a todos, me ha quitado y me ha dado. Por ejemplo, me quitó firmeza en las carnes pero me sumó kilos. Me quitó resistencia física pero me agregó mucha de la otra. Me restó altura en las tetas pero gracias a Dios me sumó seguridad porque sino que problema no… Me quitó memoria inmediata pero me sumó tantas cosas para hacer que ni tiempo he tenido para preocuparme.


Hablando en serio, los amigos, la familia y el amor no me han esquivado. Tengo cartón lleno. No soy (tan) idiota, puedo darme cuenta, agradecerlo y disfrutarlo. Además tampoco estoy cumpliendo tantos años.


Y sin embargo, a días del onomástico, estoy tan cansada. Si es la crisis de los 35 o no me importa un pito. Es lo que hay y por las dudas, y en un hito insospechado en mi vida, me deprimí desde ahora. Estoy quemando, apurada, tristeza y agotamiento acumulados.


No es grave, me estoy alivianando para que, cuando finalmente llegué mi cumpleaños, me encuentre como siempre: Con una copa en la mano, y brindando por mas.

jueves, 15 de enero de 2009

M de Madrina de bodas. (Vestida de gris).


Nadie que me conociera podía suponer que yo me iba a casar vestida de blanco. Primero porque tengo cierto sentido estético, y si bien he sabido estar más delgada, siempre tuve mucho busto (Bueno, tetas tengo sólo dos, pero de un tamaño considerable) y no quería parecer un kohinoor. Segundo, porque no me iba a vestir del mismo color que la mayoría. Y tercero para llevar la contra. Estos dos últimos puntos podrían merecer un post cada uno. O un blog cada uno. Pero antes necesito pasar por el consultorio de alguna psicóloga. Y tengo tanta intención de hacerlo como la tuve de vestirme de blanco.

Cómo mi madre andaba por lo rincones (Ella que se la da de transgresora) pidiéndole a todos los Santos conocidos que por el amor de Dios yo no me hiciera un vestido negro, le comuniqué, por caridad y para que dejara en paz al Santoral, que iba a ser gris. A ella, a mi suegra y al resto del universo.


No alcanzó parece, porque la madre de mi futuro consorte, un día, un mes antes de la boda, apenas crucé el umbral de su puerta, me llevó hacia un rincón y sacó un pedazo de tela gris. Gris como mi gris. Me mostró el retazo y me dijo que a ella le quedaba bien eses color, que ya lo había comprado y que de todos modos, seguro no era como mi gris, etc. etc. etc. Era un cacho de tela de su vestido gris de madrina. Gris como mí vestido gris de novia.

Como soy buena onda, y sobre todo como era más joven, y además el hijo se acostaba conmigo y no con ella, y no sabía yo si mi primogénito iba a ser varón y lo iba a sufrir como lo sufría ella, le dije que si, que se haga el vestido del color que quisiera. Y ahí se fue ella, hecha un cascabel y la remató diciendo: “Y entonces se va a poder casar con las dos”. Instantáneamente la mandé al psicólogo. Porque yo no voy, pero tengo una facilidad para mandar al resto del universo...

En fin, semejante comienzo sólo podía augurar un suegrazgo complicado. Pero no. La mina al final me cae bien. Y eso que a veces lo intento, porque bueno, es mi suegra. Es como querer a tu dentista. Ah, no les conté. Mi suegra es dentista. Yo odio a los dentistas. Cada vez que tengo que hacerme algo en la boca cambio de dentista porque me da vergüenza volver al anterior. Y terror también. Así que
es doble el desafío.

Ocurre que la comprendo en su contexto. Es madre de cuatro varones y está casada con un varón. Y estos cuatros varones que parió son hijos del varón con el que se casó. Esto último no es un detalle menor, aunque no entremos en detalles. Y si ha sobrevivido a semejante situación merece de mí, aunque más no sea, respeto.

La tipa ha madurado entre calzones sucios y hormonas adolescentes. Le ha pasado que los 5 en conjunto se han olvidado de su cumpleaños, le critican a menudo la cena que (aún) les prepara, se banca las burlas (reiterativas) porque ella no sabe manejar una computadora. Todo esto sin asesinarlos. Es una santa. Pero algo de culpa debe tener porque, por ejemplo, estando ya recontra casados, me llama, si, a mi, y me dice que por favor le diga a su hijo que se abrigue porque hace frío. Lo bueno es que yo no filtro (Lo debo tener en los genes). Le he respondido todo lo que se les ocurre. Y un poco más.


Con el tiempo incluso ha sabido comprender que, aunque me llevé a su hijo mayor, no soy tan mala. Sin lugar a dudas debe haber ayudado el nacimiento de mis hijas. Sus nietas. No tiene la más puta idea de cómo poner una hebilla, pero las ama con locura.


Mi hija mayor se parece físicamente a ella, revanchas del destino, se lo merece después de tanto olor a huevo. Y mi suegra de a poco se ha ido soltando y está más cariñosa y más sensible. Nos prestamos ropa, tiene en mí a quien confiarle algún comentario femenino (porque hablo como un camionero pero soy mujer eh) y hasta ha dejado, en algunas honrosas ocasiones, de cocinarle el plato preferido a su delfín para cocinar algo que me gusta a mí. (Otro acto de justicia, harta estaba yo de ir a comer a lo de mis suegros el plato preferido de mi marido y a la casa de mis padres, obvio, el plato preferido de mi marido).


Ahora que lo pienso, el temita del vestido (Gris) ha sido un buen entrenamiento. Digo, si no contraté un sicario en ese momento no lo iba a contratar nunca.
Y nuestro días, años, pasan plácidos, con una suegra ubicada que ha tenido a su vez, según ella misma cuenta, una suegra ejemplar. Agradezco entonces y recibo el legado. Lo que no prometo es continuarlo.

Si tengo que decir que, errores endémicos, yo bajo la guardia y entonces ingreso a su casa, apenas hace un par de días, y me dice sonriente que tiene algo para mi. Y sale contenta a buscar una bolsa y me espeta en la cara: “Me regalaron una remera gigante, a vos te va a quedar perfecta”. Y estira la mano para darme el “regalo” que me va a quedar “perfecto” porque es “gigante”. Me mira cándida. Abraza a mi hija, nos despedimos y nos vamos.

Después de todo yo también me debo mandar nueradas. No está mal, de vez en cuando, recordar cuál es nuestro parentesco. Confieso sin embargo, que entre evento y evento, la quiero. Mucho.

Aunque sea dentista. Y aunque sea mi suegra.

lunes, 12 de enero de 2009

M de Mamama. Otra vez.


Hay algo que me cayó mal y anoche me acosté con retorcijones. Puteando a medio mundo porque no me gusta el dolor de panza.

Mi marido de viaje, la menor no entiende de ausencias y extraña. La menor y la mayor en mi cama, que está bien que mide 2 x 1,80 pero igual tres éramos muchas.


Logré dormirme, entre las tripas revueltas y las patadas de la criatura y a la madrugada la pequeña escaló a la hermana y se fue de cabeza al piso. Puta madre. Llanto, luz, inspección para descubrir golpes y a dormir otra vez. Y un ratito después, el despertador.


Arrancamos el día. Repartija de hijas, llegué a la oficina. Los lunes son días complicados. La panza dolía un poco menos y tenía mucho sueño yo. Así que como suelo hacer en esas situaciones, di vuelta la cosa y me dispuse a ponerle onda a la cuestión. Y cuando la energía renovada inundaba mi accionar, ahí nomas, sonó el teléfono.


Era mi hermana, la menor. Mamama está tirada en el piso, me dijo. Mamá y Papá ya salieron para ahí, aclaró. Sin mucha preocupación porque la habíamos encontrado desmayada una vez. Yo, porque si, sin ninguna premonición extraña, porque si, agarré los anteojos de sol, me olvidé la cartera y salí para la casa de mi abuela.


Llegué y la ambulancia, mi madre, mi padre, el gasista que justo tenía que terminar un trabajo y la señora que la cuida. Cuidaba. Mi padre reflexivo, el gasista angustiado, la novata Dra. del SAME asustada y mi mamá y la señora que la cuidaba llorando a los gritos. Porque viste que nosotros si no parecemos una película de Fellini no somos nosotros.


Y en el medio de todo eso, tirada en el piso, de espaldas, Mamama muerta.


Hace poco ella había amenzado con no hacerlo nunca. Morirse digo. Pero parece que le falló el oráculo.


Después el kilombo propio de todas las muertes. Y como yo soy mejor haciendo que sufriendo, me puse a hacer. Llamados, la cana (muerte dudosa porque estaba sola), la cochería, el pami, el certificado de defunción, que dónde carajo está la libreta de casamiento. Hermoso todo.


Descubrí que uno se muere como es. Mamama se murió de espaldas porque se golpeo la cara y con lo coqueta que era no iba a permitir que la viéramos amoratada. Y con la ropa prolija y planchada. Todo ordenado y los aritos puestos. Descubrí también que la orfandad no tiene edad. Mi mamá, tan grandota y con tanta polenta, tan sobreviviente de su propia vida, ella, estaba ahí llorando, abrazando a su hermano (Otro boludo grandote) y ahí, ellos dos, se recibían de huérfanos con un dolor intimo e incompartible.


No todo fue reflexión, por suerte puede pelearme con la doctora del Pami que muy suelta de cuerpo me dijo que iba a buscar el bisturí. Y cuándo le pregunté para qué me dijo que para sacar el marcapasos. Bestia, ahí, en su propia casa, sacarle a mi abuela la pila, delante de sus hijos. Ya se yo que esa no era mi abuela, pero anda a explicármelo a mi en ese momento. Pobre doctora no sabia con quien se cruzaba, casi me la como cruda.


Con todo listo, cuando ya eran las 5 de la tarde. Volví a casa con las dos nenas, una abuela menos y una tristeza nueva. Y sin querer, lloré. En el baño sin que me vean mis hijas. Si comparto un dolor con ellas tengo que estar tan fuerte como para poder absorber su propia angustia y dejarlas limpias. Y no era el caso. Millones de llamados de amigos. Pero se preocupan, porque no tengo el llanto fácil y hay muchos que me deben haber oído llorar por primera vez. Y bueno, lo que duele tiene que doler. Sino te enfermás.


Me saqué los zapatos y de a poco dejé atrás esa casa llena de cosas pero vacía porque ella ya no está. No pude dejar el llanto de mi mamá ni el de mis hermanas. Tengo la cara de las tres en mi cabeza. Me duele la muerta y me duelen las vivas. Cosas del amor.


Me bañé tranquila, porque mi amiga del alma, omnipresente, se carga a mis hijas y a mi angustia y me permite esos espacios hasta cuando no me corresponden.


Es rara la tristeza. Hacía mucho que no la sentía. No te deja lugar para muchas otras cosas. Y ya sé yo que Mamama tenía 90 años, tres marcapasos y un alzheimer galopante. Pero nada de eso tiene que ver con el dolor.


Es raro este post también. Es que el hábito de la escritura se me hizo carne, también hacía mucho que no lo sentía. Lo lamento por los lectores en este caso. Yo ya le había escrito a Mamama. Ahora tengo la necesidad de repetirlo en un burdo y remañido intento de hacerla perdurar. Luego, pronto, volverá el humor.


Me dijo una de mis mejores amigas hace un rato que yo ya sé que la muerte no existe. Y si es cierto, agotada y con ganas de un té, mientras escribo, empiezo a creer que después de tantos años de olvidos y alucinaciones, de enfermedad, desconocimiento y confusión, justamente hoy, el día de su muerte, yo recuperé a Mamama.


Cosas de la vida y de la muerte. Son lo mismo. Estoy en paz. Y ya no me duele la panza.

lunes, 5 de enero de 2009

M de Menos mal que ya pasó...


Recontrarrepodrida de que los dos gatos que nos tienen como mascotas lo tiraran a la mierda, un día antes de lo que la tradición indica, desarmé el arbolito.

Es grande el arbolito, herencia del abuelo de mi marido, que fallecido el unos meses antes de que nos mudaramos, nos fue legado entre otras tantas cosas.
(El arbolito y las cosas, no el abuelo).

Como con la casa, triplicamos el tamaño. Pero vino sin adornos (el arbolito y la casa, pero estamos hablando del abeto). Y desmedida como soy, no sea cosa que el pobre pino se sintiera desnudo, compré porquerías como para ornamentar el frente de la Facultad de Derecho. Y los puse todos. Pesaba el arbolito (Y estoy dejando el tema estético de lado). Y costó desarmarlo.


Puede ser que haya costado, pienso ahora mientras escribo y me tomo un té, porque desde el momento en que lo armamos, allá hace tanto tiempo, como 30 días (o siglos), hice unas quichicientas millones de cosas. Todas relacionadas con ese amplio concepto que se denomina “Fin de año”. Y a la hora del desarme, hace un rato, estaba yo definitivamente agotada.


La mayoría de las tareas realizadas durante diciembre ya ni las recuerdo. El rígido se me achicó (En contraposición a tantas otras partes de mi), pero puedo referirme únicamente a los dos eventos claves, Nochebuena y Fin de año, y no se si me alcanza el post para semejante reseña.


Como en los últimos 5 años, porque perseverante soy, me propuse empezar a comprar los regalos en Agosto. Obviamente eso no ocurrió por infinidad de motivos, y como me gusta regalar, concentré la lista interminable de obsequios en unos 3 días. Básicamente los de promociones de descuento de las tarjetas. Hice malabares para tener los paquetes fuera de la vista de la mayor. Todo para que un día antes me preguntara si yo realmente creía en Papel Noel. Parece que en la Colonia una nena le había dicho no se qué al respecto. Puse en funcionamiento (Y tengo doble mérito porque fue en Diciembre) las neuronas que me quedan y hurgué entre ellas algo que haya quedado de los cursos de oratoria y debate. Y ahí mismo le solté: “Y vos, crees?”. Porque yo puedo ser jodida, pero mentirosa no, así que no estaba dispuesta a engañarla. Opte por complicarle la existencia. Ella me miró, sospecho que sopesó la posibilidad de quedarse sin regalo ante la falta de Fe, me dijo que si y se fue a jugar.


Cuando me di cuenta, era 24, eran las 20.10 y yo sin bañarme. Es que había un sol que rajaba la tierra. Y la nena que ayudaba en la misa de gallo. Corrí entonces y me bañé, me vestí, las vestí, y mientras mi marido las sentaba en el auto, yo metí en la canasta las bandejas de ensalada para acompañar la Pavita, el Cerdo y el matambre (Porque lo de exagerada lo heredé), las frutas secas, las bebidas frías, las frutas disecadas para mi padre diabético, los regalos que aún no había logrado trasladar, el champagne para el brindis post brindis en la casa mis suegros, los regalos para esta gente, abrigo para las nenas y una bolsa de alimentos no perecederos (Condición para el ingreso a la fiesta organizada por mi cuñado, que Dios sabrá por qué, este año desplegó un costado solidario). Y el rimel en la mano para tunearme en el auto.


Llegamos a la misa corriendo, a la cena contentos, y al final de la noche casi de milagro. Comimos como animales, celebramos, brindamos, abrimos 800 regalos (Todos los años no prometemos austeridad con mis hermanas, que estos chicos tienen de todo que no valoran nada, al pedo mirá, siempre hay una montaña de regalos, y qué). Increíblemente los celulares anduvieron y me llenaron de mensajes buena onda. A mi me gustan las fiestas eh. Y más me gustan mis amigos.

Luego cargamos la cuota de regalos que entraban en el auto, dejamos un poco para el otro día, agarramos el resto de los bártulos y nos fuimos a lo de mis suegros. En donde repetimos pero sin la cena. Y cuando a las dos y media de la madrugada no había comenzado la fiesta, volvimos a casa, con la bolsa de alimentos no perecederos incluída porque no logramos dar con ella para dejarla en la puerta del festejo, y en el living de casa vimos como nuestra hija abría paquete por paquete. Notamos como la menor prefería el envoltorio de un auto del hombre araña del primo a los 19 regalos que había recibido y nos fuimos a dormir.

Desde ahí y hasta el 31 fiesta de fin de año de la oficina, cambio de regalos chicos, repetidos o ambos y la consecuente mala sangre porque ya, ahí, un rato después muchos estaban casa a mitad de precio. Fin de año adelantado con amigos. Entrega de informes. La Colonia. Un futuro incierto y buenos deseos.


Y así, otra vez, casi sin darme cuenta, eran las 20.10, y un sol que parte el pavimento, pero a misa el 31 no vamos. Y se repite la cosa. Comés, tomás, brindás, deseás. Fiesta había, pero ya no teníamos la ilusión de poder asistir. El cuerpo te pide y al cuerpo le das. Sino te morís. Y si te morís un fin de año es un incordio.


Y así terminó el año nomás. Intento tomar aire antes de ponerme a preparar las vacaciones. Odio preparar las vacaciones. No quiero hacer valijas nunca más. No se si existe el término para la fobia a preparar equipaje, pero yo tengo eso. Asumo como compromiso anual (Ahí arranco con la gansada eh) el trabajo de la liviandad. Pero la interna. Nada es taaannnn tremendo. Ahí vamos. Y sobre la otra liviandad, la del cuerpo engrosado por años con el plus de las fiestas, mejor la dejo para otro post. O para otro año.


Y desvelada y contenta porque finalmente tengo tiempo para volver a escribir, y sola porque mi esposo está volando a Europa en este mismo momento, estoy dispuesta a saltarle a la yugular al que me acuse de haber desarmado el arbolito un día antes.


No lo desarmé un día antes. Lo armé el 6 de diciembre, asi que lo desarmé un (larguísimo) mes después.