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textos que en algún lado tenía que poner.

jueves, 23 de abril de 2009

M de Menos es Más.


Tenés cintura! Exclamó mi madre. Iba yo caminando unos pasos delante de ella y estaba tan contenta la tipa que me guardé la puteada que tenía para espetarle en el rostro. Fue hace unos días, una tarde de sol, 45 días después de haber comenzado, por primera vez en mi vida, una dieta.

Tengo amigas que viven a dieta. Tengo amigas que comen cualquier cosa y no engordan. Tengo amigas que comen poco y amigas que no comen nada. Tengo de todo. Sobre todo tengo de todo encima, y acá estamos, ingresando a un nuevo mundo. Hermoso eh.


Lo venía anticipando, hasta le dediqué un post. Los 35 pegaron duro y finalmente, era el momento. El problema es de percepción. Una amiga me contaba que cuando tenía 17 años pesaba 58 y quería pesar 52. Y ahora, varios años después, si pesa 10 kilos más no quiere llegar a 52, quiere llegar a 62. Y se ve como de 52. Sospecha que con los años suma peso pero no volumen. Aprovecho para decirte que es la experiencia, querida, que tiene peso propio pero que no siempre está a la vista.


Y hablando de percepciones, contrario a lo que me decía la balanza, yo siempre me vi divina. Qué problema no. No negaba el numerito, yo no niego nada, solo que lo llevaba con cierta gracia (Rodando pero con onda).
Pensando en la salud física, y sin saber que en realidad iba a atacar la salud mental (La poca que me quedaba y la tanta que ya no estaba) emprendí un viaje, en el que aún transcurro, hacía el fascinante mundo de las dietas.

Y como a medias nada, pasé de nunca en mi vida hacer dieta a meterme en un centro con psicóloga – nutricionista – médico clínico – recetas especificas, actividad física (que aún no hago) y “grupo” dos veces por semana.


La elección del lugar no fue sencilla. Yo sabía que esas dietas tan de moda que salen de debajo de las baldosas con ingestas de 600 calorías diarias no eran para mi. Los gatos correrían peligro de ser desayunados. Y las nenas. Tampoco esos lugares a donde vas, te sentás, mirás y con lágrimas en los ojos confesás que chupaste la cuchara del yogurt de la tu hija. No tenía ninguna intención de condenarme a una vida de almuerzo compuesto por manzana y gelatina y los fines de semana un permitido de dos hojas de lechuga.


Este lugar al que voy me lo recomendó una amiga que a su vez fue por otra amiga, y así. Pero me molestaba el grupo. Lo bauticé Vulnerables, en honor al programa de Televisión y luego fui un poco más allá y le digo la Secta. Pero voy. Y mientras adelgazo y me hago la canchera, porque como de todo y no logro comprender en dónde está el secreto, pero tampoco me desvela.


La realidad es que dispuesta a alivianarme ya me saqué varios kilos y ahí vamos. Y en este camino fascinante, en donde para decir la verdad, tanto no estoy sufriendo, si voy descubriendo verdades maravillosas que, posiblemente, todas las mujeres normales que si han hecho dieta, ya saben. Me veo sin embargo, presa del asombro, obligada a detallarlas. Tal vez alguien lo encuentre útil. Y esté advertido para enfrentar semejante situación.


La primera experiencia traumática fue el mismísimo primer fin de semana luego de haber comenzado la dieta. Casamiento. Los mozos que te sirven, las bandejas que te pasan. Barra de tragos (me gustan los tragos) y yo ahogándome en Coca Light. Luego la inspección casi arqueológica del plato de comida para ver que me podía incorporar y que no. Toda una prueba. Ahora, la realidad es que apenas uno se llama al recato alimenticio la agenda se puebla de eventos y cenas. Y como no estoy dispuesta a convertirme en un hongo solitario, voy de acontecimiento en acontecimiento habiendo comido en casa, por las dudas y abrazada a la botella de gaseosa Light, mi mejor amiga por estos tiempos.


Si va a comenzar una dieta con condimento grupal, procure que no haya hombres. Los va a odiar. Llega Usted al control luego de una semana dura en la que no se salió no una sola vez del plan y baja unos gramos. Llegan los hombres y repiten como un mantra algo que suena así: “Si, está buena la dieta, mirá, desde el control pasado bajé 1 kilo y medio, y eso que no le puede decir que no al pechito de cerdo del domingo eh”. Odio profundo.


En cualquier dieta seria, si Usted está bien alimentado, hambre no sentirá. Parece que si siente hambre la cosa viene mal. Yo hambre no tengo, a veces tengo ansiedad, que es otra cosa, pero hambre no eh. Lo que tampoco va a tener es sed, ya que vivirá tomando agua y comiendo gelatina. Tampoco tendrá mucho tiempo libre, ya que la mayoría lo ocupará yendo al baño por el agua innumerable cantidad de veces, durmiendo aunque sea de a ratitos por el cansancio que conlleva ir al baño a las tres de la mañana, y a las cuatro y media, y antes fue a la una, y sobre todo, se la pasará haciendo gelatina, ya que de repente toda la familia querrá gelatina, aunque Usted intenté con todos los gustos, con la esperanza de que alguno no les guste.


Otro tema no menor es la cuestión de la ropa. Usted hace dieta, entre otras cosas, para verse mejor. Ahora, a medida que comienza a adelgazar la ropa le va quedando grande y mal, y si bien esto tiene un costado de regocijo y festejo, cuando ya no tiene nada más para ponerse y la ropa ya no le queda mal, sino que le queda para el orto, comienza a convertirse en un problema. Ocurre que la dicotomía se presenta entre comprarse ropa, porque en bolas no se puede estar y además ya hace frío, o esperar a bajar más. Y además, para reponer vestuario, aunque sea básico, todos los meses durante varios meses, deberíamos haber tenido la previsión de ahorrar durante todo el tiempo que engordamos. Claro que no lo hicimos porque obviamente gastamos el dinero en comida y bebida. Y mientras, uno se va disfrazando con lo que más o menos no se le cae y puede ocurrir que de repente uno se vea con un pantalón de vestir pinzado de cuando era joven. Y es riesgoso, porque de ahí al jean nevado que guardó Dios sabrá por qué en la misma valija en el mismo altillo que el pinzado, hay muy pocos pasos.


Luego, cuando la ropa se te cae y de repente te mirás te encontrás con cosas sorprendentes. Por ejemplo, con tu gordura, que casualmente antes de empezar con la dieta capaz no habías notado. En mi caso he descubierto, asombrada, que tengo panza. No es que antes no tuviera, claro, solo que no la veía porque estaba rodeada de los 10 kilos que ya no tengo. Y así. Es como que se va redefiniendo el contorno. Por ahora las tetas no se me achicaron, porque ahí si que mando todo a la mierda y vuelvo a la cerveza y a la pizza.


Una dieta bien equilibrada, controlada por profesionales, supone la incorporación de alimentos a tu dieta que tal vez antes no tenías. Y entonces ahí vas en busca del eneldo para el lomo, llenás el freezer de bolsas de verdura congelada (porque tampoco la pavada no me voy a pasar la vida hirviendo espinaca) y te hacés amiga de brócoli con un inusitado entusiasmo. Se te genera una adicción a las sopas Light y en la dieta mental te encontrás de repente pensado: Huy, cómo me comería una arrocita!.


En mi caso en particular este cambio de paradigma en la compra del súper ha traído dos consecuencias inmediatas. La primera es que mi familia ha decidido que va a comer tan sano como yo. Estoy no sería un problema si no fuera porque ahora la mayor y el padre quieren “vianda mamá” para llevarse durante el día. La menor obviamente siempre se iba con la comida preparada por mi, pero ahora se sumó el padre que mi mira con el tupper abierta y la mayor que descarta sin ninguna vergüenza el buffet del colegio y a la señora que prepara viandas más sanas y me pide que se la prepare yo. Estoy pensado seriamente en que para cumplir con semejante demanda, en el caso de que lo quiera hacer, deberé disponer del tiempo libre que me queda, a la tres de las mañana. De todos modos me levanto para hacer pis, así que no es tan difícil.

La otra cuestión referida al cambio de menú es que sospecho, la dieta me está arruinando el estómago. En Semana Santa me comí dos empanadas de vigilia y casi me muero. Y antes de que alguno saque conclusiones erradas, no fue la culpa. A mi no me da culpa comer y no como a escondidas ni sola, y mucho menos vomito (Enumero recordando las preguntas que me hicieron antes de comenzar el tratamiento y por las cuales casi salgo corriendo). Acostumbrada a tantos años de tener un estomago de amianto, no quiero ni pensar lo que debo estar haciendo con mi cultura alcohólica. Un espanto, años de excesos tirados al tacho, todo para que me entre el pantalón de cuero.

Luego, en todo este proceso, como si no fuera suficiente con la propia mirada, y como si no fuera yo mi censora más cruel, tenemos en continúo la mirada de los demás. Y ahí se abre, como en todos los aspectos de la vida, un abanico gigante conformado por un crisol de colores. Y están entonces los que te quieren hacer comer a toda costa porque tienen miedo de que te desnutras (como si existiera semejante posibilidad), los que te quieren hacer comer porque quieren que engordes, los que juzgan lo que comés porque consideran que eso no es hacer dieta, los que te dicen que estás divina, los que te dicen que ahora se te notan las arrugas, etc. De todos modos, cierta concentración (para no comer lo que no debes, para tomar lo que corresponde, para que no se te caiga la ropa, para no hacerte pis encima, para llevar el control de cuántas gelatinas quedan, para no mandarle la vianda del padre a la nena y viceversa) te garantiza un cansancio tal que todo esto te chupa un huevo. Y no está mal.


Y mientras me dispongo a ir por otros diez kilos, y veo si luego de hacer las viandas a las tres de la mañana me queda tiempo para hacer la actividad física que aún no hago, aunque sea de 4 a 5, pienso en que también me han sorprendido aspectos que no me esperaba y que circundan a la cuestión.


El más destacable ha sido la incorporación de pescado a la dieta. Menos kilos es igual a más pescado. Y no es que sea destacable por el salmón, los camarones o los langostinos. Se destaca por el pescadero moreno de voz grave, que está para partirlo en dos. Pero eso, queridos compañeros de infortunios, sin lugar a dudas, es tema para otro post.

jueves, 2 de abril de 2009

M de Marzo (Ahora que ya es abril)


Marzo es un mes espantoso. Para los que hemos tenido cría, esa es una verdad absoluta.

No se trata solo de tener que enfrentarte con la dura realidad del largo año que comienza luego de las vacaciones (Que además te dejaron agotado). No se trata tampoco, o por lo menos únicamente, del comienzo de las clases. Si, es cierto, para hacerte de todos los útiles necesarios para que el niño se forme tenés que vender un riñón, y como tenés dos pero uno es necesario para vivir (La máquina de diálisis es más cara que el riñón) y suponiendo que tu pareja colabore con uno de sus órganos, tenés sólo dos años asegurado de escolaridad para el primer retoño. Y luego vamos viendo.

Pero no es eso sólo decía, el verdadero problema que hace de Marzo un mes deleznable son las actividades extracurriculares. Esas a las que mandás a los niños esperando que se cansen. Y claro, la que se cansa sos vos. Deporte, música, arte. Y todas las combinaciones de estas tres variables que se te ocurran se confabulan para hacerte mierda la agenda y cada minuto libre que pensaste que tenías y que debes ceder en pos del pool (el juego no, el llevar y el traer si) de turno. Y si te parece tremendo, te advierto, te puede pasar que lo tengas que hacer en remis. 4 nenas, 4 destinos, lo suficiente como para que el remisero, pedazo de desgraciado con mal gusto, te destroce el día con el CD completo de los grandes éxitos de Valeria Lynch. Pasaron diez días y aún me sorprendo cantando “Despacito, suavemente…”. Espero que le saquen la licencia al muy turro.

Este año entonces, resignada ya, finalmente me convencieron. Y la mayor empezó hockey. Por un lado me entusiasmaba la idea de que no siga mis pasos con años de taller literario y canto y una sobrealimentación considerable. Por otro lado, no voy a hacerme la boluda justo acá, estaba harta, HARTA, de los festivales de danzas que veníamos soportando en los últimos años, y esto era una opción.

Un párrafo se merecen esos maratones interminables, en día de semana porque el teatro es más barato, en donde ves bailar, mal, a millones de nenas que no te importan en lo más mínimo para ver bailar, también mal, cinco minutos, a tu hija, que no es que no te importe, pero que, mentalmente agotados de tanta música con fritura, apenas podés apreciar y enternecerte rapidito para ir a comer cualquier cosa y a dormir que mañana es día laborable.

Volvamos al hockey entonces. Venían insistiendo las mamás de otras nenas del colegio que ya iban y nosotros resistiendo. Este marzo nos ganaron, a pesar del malestar de mi marido que no quiere que haga hockey porque teme que en los años venideros se la curta un rugbier conocido en el tercer tiempo. En casa nos van más las remeras de Megamuerte que las chombas rosas. Intenté explicarle que curtir la nena en algún momento iba a curtir igual, independientemente de la actividad extracurricular que practicara, y aunque cambié el término curtir por “tener relaciones” el tipo se puso pálido y me pareció prudente cambiar de argumento. Bastó con la amenaza de que al próximo festival de danza iba solo y que además era el encargado de procurar todo el vestuario para que se diera por vencido.

Llegó el sábado y partimos al primer partido. El marido vencido había llegado del exterior hacía unas horas antes. Estoico se baño y se vistió y salimos con las nenas y todo lo necesario para pasar una mañana en el club. Cuando miré bien, el volumen de los bártulos era similar al de las vacaciones, pero bueno, hay cosas en las que ya no nos detenemos a reflexionar porque todo no se puede.

La vi jugar con alegría, me dio placer. Eso mezclado con un cierto temor porque no tiene incorporado aún el concepto del palo en el piso y reconozco que varias veces pensé que desnucaba a alguna compañerita. También tuve lugar para el estado de alerta general porque la menor andaba suelta, y sería triste que tengamos que volver a la danza porque la bebe incendió el club y fuimos echados. Además me tomé el tiempo de observar como mi consorte miraba de reojo y con la mirada turbia a los pequeños pichones de rugbier. Sospecho que nuestros sábados, por lo menos los que vayamos a los partidos, van a ser, como decirlo… si, complicados. Pero ahí estamos.

Y como dato, cuando mi hija entró a la cancha, volvió gritando que no tenía puestos los protectores “mentales”. Yo, que soy de piola y de cínica, le dije que eran dentales, que sus protectores mentales éramos nosotros. Y ella, que es mucho más piola que yo pero de cínica nada, se dedicó a mirarme. Cualquiera desde afuera podrá pensar que la mirada no era otra cosa que una señal de no haberme entendido. Yo, que la parí, traduzco su silencio contemplativo como un total descreimiento frente a semejante aseveración.

Le compré el uniforme y por suerte el padre está de viaje, así que se infartará luego, cuando la vea, a ella con sus 7 años y su minifalda talle 12 (porque la nena es gigante).

Mientras, relajo la mano, contenta porque vuelvo a escribir. No es casual que sea sobre Marzo ahora que ya es Abril. Y sirva de excusa todo esto para aquellos que me han pedido, solicitado y exigido palabras frescas.

No se si frescas, pero palabras hay. Y no es falta de ganas, es falta de tiempo. Y definitivamente no es falta de tema. En este mes tan ajetreado, empecé una dieta por primera vez en mi vida, mi padre me enganchó para organizar el cumpleaños de mi abuela la que no se murió, me sale el laburo por las orejas, tengo que aprender a manejar urgente, mi marido sumó un par de viajes que me dejaron viuda varias semanas de este marzo, no dejan de aparecer malcogidos para convertir la trilogía (aún incompleta) en un clásico, empezó el otoño que es la estación que más me gusta y tal vez por eso acabo de descubrir que el pescadero de mi barrio es uno de los hombres más lindos que vi en mi vida.

Además, tengo que prepararme psicológicamente para cuando a la mayor le enseñen a dividir y poner toda mi capacidad de abstracción (Yo, que promocioné con 10 semiología en el CBC) para no confundirme con la organización de las idas y venidas y de a quién le toca llevar a quienes, a dónde y a qué hora. Una de mis mejores amigas se casa a mediados de año y tenemos que castrar a la gata y cambiar el piso del living.

Por si fuera poco, estoy diagramando concienzudamente el estropicio que voy a hacer con las tarjetas de crédito cuando baje lo suficiente de peso, y el tatuaje que me voy a hacer de auto premio cuando llegue a mi peso “saludable”. Pegué vinilos circulares en una pared de mi casa, odio a todos los fabricantes de botas por los precios que les han puesto este año (Y porque el riñón ya lo vendí para lo útiles, puta madre, haberlo sabido), pienso mucho en un amigo al que se le acaba de morir el papá, ahora que, por la edad que tenemos, ya es “natural” y organizo un festival de rock para mediados de año. Porque si.

Temas hay, dejo detalle y garantía. Gracias por pedir, creo que vuelvo pronto. Porque lo disfruto horrores. Porque quiero escribir sobre todo esto. Y porque debo hacerlo antes de que vuelva a ser Marzo, que es cuando me quedo sin hojas.