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textos que en algún lado tenía que poner.

jueves, 15 de enero de 2009

M de Madrina de bodas. (Vestida de gris).


Nadie que me conociera podía suponer que yo me iba a casar vestida de blanco. Primero porque tengo cierto sentido estético, y si bien he sabido estar más delgada, siempre tuve mucho busto (Bueno, tetas tengo sólo dos, pero de un tamaño considerable) y no quería parecer un kohinoor. Segundo, porque no me iba a vestir del mismo color que la mayoría. Y tercero para llevar la contra. Estos dos últimos puntos podrían merecer un post cada uno. O un blog cada uno. Pero antes necesito pasar por el consultorio de alguna psicóloga. Y tengo tanta intención de hacerlo como la tuve de vestirme de blanco.

Cómo mi madre andaba por lo rincones (Ella que se la da de transgresora) pidiéndole a todos los Santos conocidos que por el amor de Dios yo no me hiciera un vestido negro, le comuniqué, por caridad y para que dejara en paz al Santoral, que iba a ser gris. A ella, a mi suegra y al resto del universo.


No alcanzó parece, porque la madre de mi futuro consorte, un día, un mes antes de la boda, apenas crucé el umbral de su puerta, me llevó hacia un rincón y sacó un pedazo de tela gris. Gris como mi gris. Me mostró el retazo y me dijo que a ella le quedaba bien eses color, que ya lo había comprado y que de todos modos, seguro no era como mi gris, etc. etc. etc. Era un cacho de tela de su vestido gris de madrina. Gris como mí vestido gris de novia.

Como soy buena onda, y sobre todo como era más joven, y además el hijo se acostaba conmigo y no con ella, y no sabía yo si mi primogénito iba a ser varón y lo iba a sufrir como lo sufría ella, le dije que si, que se haga el vestido del color que quisiera. Y ahí se fue ella, hecha un cascabel y la remató diciendo: “Y entonces se va a poder casar con las dos”. Instantáneamente la mandé al psicólogo. Porque yo no voy, pero tengo una facilidad para mandar al resto del universo...

En fin, semejante comienzo sólo podía augurar un suegrazgo complicado. Pero no. La mina al final me cae bien. Y eso que a veces lo intento, porque bueno, es mi suegra. Es como querer a tu dentista. Ah, no les conté. Mi suegra es dentista. Yo odio a los dentistas. Cada vez que tengo que hacerme algo en la boca cambio de dentista porque me da vergüenza volver al anterior. Y terror también. Así que
es doble el desafío.

Ocurre que la comprendo en su contexto. Es madre de cuatro varones y está casada con un varón. Y estos cuatros varones que parió son hijos del varón con el que se casó. Esto último no es un detalle menor, aunque no entremos en detalles. Y si ha sobrevivido a semejante situación merece de mí, aunque más no sea, respeto.

La tipa ha madurado entre calzones sucios y hormonas adolescentes. Le ha pasado que los 5 en conjunto se han olvidado de su cumpleaños, le critican a menudo la cena que (aún) les prepara, se banca las burlas (reiterativas) porque ella no sabe manejar una computadora. Todo esto sin asesinarlos. Es una santa. Pero algo de culpa debe tener porque, por ejemplo, estando ya recontra casados, me llama, si, a mi, y me dice que por favor le diga a su hijo que se abrigue porque hace frío. Lo bueno es que yo no filtro (Lo debo tener en los genes). Le he respondido todo lo que se les ocurre. Y un poco más.


Con el tiempo incluso ha sabido comprender que, aunque me llevé a su hijo mayor, no soy tan mala. Sin lugar a dudas debe haber ayudado el nacimiento de mis hijas. Sus nietas. No tiene la más puta idea de cómo poner una hebilla, pero las ama con locura.


Mi hija mayor se parece físicamente a ella, revanchas del destino, se lo merece después de tanto olor a huevo. Y mi suegra de a poco se ha ido soltando y está más cariñosa y más sensible. Nos prestamos ropa, tiene en mí a quien confiarle algún comentario femenino (porque hablo como un camionero pero soy mujer eh) y hasta ha dejado, en algunas honrosas ocasiones, de cocinarle el plato preferido a su delfín para cocinar algo que me gusta a mí. (Otro acto de justicia, harta estaba yo de ir a comer a lo de mis suegros el plato preferido de mi marido y a la casa de mis padres, obvio, el plato preferido de mi marido).


Ahora que lo pienso, el temita del vestido (Gris) ha sido un buen entrenamiento. Digo, si no contraté un sicario en ese momento no lo iba a contratar nunca.
Y nuestro días, años, pasan plácidos, con una suegra ubicada que ha tenido a su vez, según ella misma cuenta, una suegra ejemplar. Agradezco entonces y recibo el legado. Lo que no prometo es continuarlo.

Si tengo que decir que, errores endémicos, yo bajo la guardia y entonces ingreso a su casa, apenas hace un par de días, y me dice sonriente que tiene algo para mi. Y sale contenta a buscar una bolsa y me espeta en la cara: “Me regalaron una remera gigante, a vos te va a quedar perfecta”. Y estira la mano para darme el “regalo” que me va a quedar “perfecto” porque es “gigante”. Me mira cándida. Abraza a mi hija, nos despedimos y nos vamos.

Después de todo yo también me debo mandar nueradas. No está mal, de vez en cuando, recordar cuál es nuestro parentesco. Confieso sin embargo, que entre evento y evento, la quiero. Mucho.

Aunque sea dentista. Y aunque sea mi suegra.