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textos que en algún lado tenía que poner.

martes, 25 de agosto de 2009

Familiares encajados.


Mi abuela Mamama primero cumplió 90 años y después tuvo el mal gusto de morirse. O la dignidad. Depende.


Mi Tía Tita, soltera y sin apuro (ni para casarse ni para morirse), se fue a los 90 y pico, ya lejos del cutis de porcelana y las uñas pintadas color coral.


En este sitio sólo nombramos con su nombre real a los muertos. No es ética, es para que nadie reclame nada. Valga la aclaración.


Si bien una es herencia paterna (la tía) y la otra es herencia materna (la abuela), estos dos pilares de mi vida han compartido cenas familiares varias, cumpleaños, casamientos y velorios (No los de ellas, de hecho, ninguna de las dos fue velada). Sin embargo, y quien se los hubiera dicho, desde que han dejado este mundo han estado más cerca que nunca.


Juntitas las dos. En la oficina de mi padre. En donde atiende a los clientes. Una encima de la otra. Cada una en su urna.


Ocurre que para humor negro, mi casa. Es sano. Muy sano. Pero reconozco que a veces al entorno le resulta algo chocante. A nosotros nos mantiene vivos. Aparte a las viejas en algún lado las teníamos que poner.


Luego, varios meses después de haberlas apilado, la Parroquia del Barrio inauguró, con un sentido de la oportunidad increíble, un cinerario. Un cinerario es, al menos en este caso, una caja de concreto muy linda en donde se van tirando las cenizas de los fieles.


Partimos entonces con la tía y la abuela. Nos hubiera gustado llevar al abuelo, al marido de Mamama, pero no pudo ser. Cuando desmantelamos la casa de mi abuela, encontramos la urna allá arriba del ropero. Mi hermana la del medio, siempre tan despistada, subida a una banqueta, levantó una tapa negra con una cruz plateada y me miró preguntando: Y esto qué es? Yo le estaba por decir pero mi hermana la menor empezó a gritar, presa de un ataque de impresión (Creemos que es adoptada). Yo me reía, la del medio avisaba que la urna estaba vacía, la menor gritaba y mi madre exclamaba: Pero en dónde está papá? (Como verán o escribo o me convierto en una asesina serial).


Decía entonces que nos llevamos a la tía y a la abuela, tuvimos misa, mi hermana menor coherente con su aprensión se fue en la mitad y luego, a mi me tocó la tía y mi mamá llevó a su mamá. Una de urnas había! Los cinearios no son muy comunes y en el barrio se venían acumulando familiares en caja a lo loco.


Había que abrir las urnas, lo que generó expresiones de lo más extrañas en los dolientes. Porque, seamos honestos, yo a las dos las conocía bien, pero hay urnas que se van pasando de generación en generación y que al final no se sabe bien si son propias o si estaban ahí cuando te mudaste, junto con la maceta de venecitas. Mi madre, siempre tan genial, tenía un destornillador en la cartera, al lado de las carilinas, que salvó a más de uno de la vergüenza de andar zamarreando a los difuntos.


El señor que recibía las reliquias tenía una cuchara sopera en la mano con la que rascaba las urnas que estaban casi vacías (Haberlo sabido y llevábamos al abuelo). Luego una estampita y a irse por donde vinimos. La tía y la abuela en la casa de Dios, mamá contenta, clientes de papá sin impresionarse... Una maravilla.


Yo cerré el capítulo, me quedé con lo mejor de las dos y pasé a otra cosa. Unos días después mi hija mayor, la de 7, invitó a dos amigas a jugar. Cuando vienen niñas suelen ir a jugar al play. Desde el living yo escucho las conversaciones de los pequeños engendros infantiles. No es de chusma, estoy ahí. Reconozco, sin embargo, que no logro asimilar que todos los juegos comiencen con la muerte de los padres. Ya he comprendido que es habitual, ya he investigado y tiene que ver con la fantasía universal de la libertad absoluta (o con Cris Morena y todos sus programas) pero de todos modos me cuesta.


Estoy en el living, escribiendo por ejemplo, y tengo la secreta esperanza de que mi primogénita en algún momento diga algo del estilo de: “Dale que se mueren todos pero mi mamá no porque sin ella no puedo ni pensar en sobrevivir un microsegundo”. En lugar de eso escucho que les relata a las otras nenas que a la abuela y a la tía Tita las habíamos llevamos a la parroquia, las habían prendido fuego y para terminar, habíamos tiramos las cenizas en la casa de Dios. Noté que, sangre de mi sangre, había obviado comentarles a las amiguitas que no las habían quemado ahí, y sobre todo obvió decirles que estaban muertas. Un silencio en la merienda…


Me hice la adulta responsable y le expliqué en detalle la cuestión, seriamente, y ahí si pensé que habíamos terminado con el asunto, pero no.


Un par de días después estaba yo en la Facultad e intentaba mantener la atención durante toda la jornada en un seminario (como se pierde la costumbre eh). Con una mano jugaba con mi teléfono y con la otra jugaba con el borde de mi remera. Linda mi remera. De ahí pasé al bolsillo de mi jean y me encontré con un tornillo. No tengo alma de Bob el Constructor… demoré en hacer la conexión… pero si, ahí estaba, claramente, uno de los tornillo de la urna de la tía. Ahora, en qué momento me lo puse en el bolsillo y por qué carajo me lo puse en el bolsillo son misterios que no pretendo develar.


Que raro todo. Si yo no fuera yo podría pensar que era una clara señal de mi Tía, indignada por la irreverencia con la que me tomo estas cosas. Pero como justamente soy yo porque mi tía fue mi tía y mi abuela fue mi abuela, puedo decir tranquilamente que el tornillo en mi bolsillo ha sido un guiño seguro de estas mujeres que se cagan de risa de mí cuando me tomo algo en serio.


Brindo por ello y asumo que hay cuestiones que simplemente no concluyen aunque se conviertan en cenizas. Pedazo de bruta, por querer hacer cosas imposibles es que luego ando por la vida perdiendo los tornillos.

lunes, 10 de agosto de 2009

El señor de los anillos.



Abrí el paquetito arrugado y era un anillo de plata con una piedra gris. Y me desarmé. Se me cerró el estómago. Me morí de amor.

Si mal no recuerdo, y sino no importa, tenía alrededor de 18 años. Nos habíamos ido de vacaciones con un grupo de amigos a una ciudad rutilante de nuestra larga costa. Si bien he desarrollado una memoria selectiva que me protege, estoy casi en condiciones de asegurar que era Santa Teresita.


En una feria chica y mal alumbrada, comenté que me gustaba ese anillo. Siguieron nuestras vacaciones, volvimos a casa, empezamos la Facu, y meses después, el paquete en mi mano. El anillo en mi dedo. Y el que me lo regaló en mi cama hasta hoy.

Los hombres se jactan de tener una mente más abstracta que la nuestra. Resuelven complejos problemas matemáticos, desarrollan sistemas filosóficos, dirigen países y van a la luna. Ahora, para elegir un regalo adecuado para la mujer que aman se convierten en débiles mentales desprovistos de creatividad y de cualquier otra cualidad relacionada con dos neuronas haciendo sinapsis aunque sea de pasada.

Mi entonces noviete adolescente y yo nos quedamos prendados de la experiencia del anillo de piedra gris. Yo me quedé con la idea promisoria de una historia de amor y de una vida llena de sorpresas. El tipo, mucho más básico para esas cuestiones, se quedó con la idea del anillo, y esperando repetir la hazaña, me ha convertido en la mujer con más anillos de diseño con piedras grandes y oscuras del planeta. Con el tiempo ha ido afinando el gusto, cambiando el presupuesto y el destino de origen de anillo. Y con cada anillo me ha mirado desconcertado, sin entender que al final, si el compraba lo mismo pero mejor cómo podía ser que yo no me conmoviera tanto como con el primero? Eh?. Me he tomado mi tiempo para contarle que, como dicen en mi pueblo, nunca es el valor intrínseco, sino la acción que lo involucra. No fue el anillo, fueron los meses de espera para dármelo, fue la atención prestada a mi deseo. Fue la magia. El objeto bien podría haber sido uno de esos caballitos de mar con brillantina que te indican la temperatura. En Santa Teresita abundan.


Este pobre hombre que vive conmigo ha ido incursionando luego, sin mucho éxito, en un sinfín de rubros. Siendo mi pareja sabe además que de lugres comunes nada. Conmigo no van la flores, ni los bombones, ni la ropa interior elegida por la vendedora ni ninguna de esas pelotudeces. Había que esforzarse. Puedo destacar, entre sus esfuerzos más esforzados, un par de zapatos con mucho taco, plataforma, de charol, rojos, con una hebilla al costado. Yesica Cirio hubiera estado tan contenta. Pero yo no. Luego, durante un tiempo, se dedicó a la tecnología, ahí vamos mejor, todo lo que tenga botones, luces y se conecte está más o menos bien. Y le debo reconocer el acierto de la alfombra para bailar de la Wii. Me ha sorprendido con un maletín carísimo para mi notebook, lástima que mi máquina no entraba. Y así. Cuento también con una colección de pulseras envidiable. Grandes. De plata. Con piedras grandes y oscuras. Bah, como los anillos.


Y en lo que a mi se refiere, sólo para molestar, soy una campeona: Un celular última generación, una púa de plata (Exactamente copiada de las que el usa) con sus iniciales, un fin de semana solos sin que el sepa hasta ultísimo momento, con las nenas ubicadas y todo, una picada Premium en su oficina para el almuerzo de San Valentín (día que me chupa un huevo pero estaba buena la excusa) acompañada (los detalles lo son todo) por cerveza helada, y que me valió varias propuestas de casamiento de sus compañeros de trabajo, las zapatillas más copadas de mundo, la ropa más linda para tocar en vivo, los anteojos de sol con más onda del universo traídos especialmente desde afuera, una guitarra acústica que le gustaba y que le hicimos creer que ya se había vendido, una de las dos guitarras eléctricas de viaje que estaban disponibles en el país, y así. Una cam – peo – na.

Y como al final de cuentas lo mío es casi un apostolado, a continuación unas breves recomendaciones para ellos y otras para ellas. Haciendo arbitralmente una generalización que no me gusta y una polarización sexista que me gusta menos. Es los que hay.

A ellas:
1. Si partimos de una relación plena y amorosa, en donde, bueno, esto puede ser algo que estamos en condiciones de ceder, nada de sutilezas, nada de perspicacias ni de enigmas esperanzados. Es como en el sexo muchachas, mejor decir claramente lo que queremos. Es la garantía de un final feliz.


2. Utilicemos las nuevas herramientas que tenemos a disposición: El estado de Facebook, los 140 caracteres de twitter, hasta un canal en youtube podemos hacer sobre lo que esperamos. No ahorremos en recursos.


3. Las generalizaciones no sirven. Un par de zapatos, un libro, un viaje, una joya, un adorno, etc. etc. etc. son mundos inabarcables para un novio estresado por la compra del regalo. Decir un par de aros es lo mismo que decir “un regalo”. Basta de ingenuidad.


4. Sepamos que el proceso es lo importante. Si el tipo le puso onda, dedicación y esfuerzo (El bolsillo es sólo un detalle, yeguas abstenerse) y así y todo llegó con el anillo, merece algo de nuestra consideración. Consideración no es lo mismo que no cambiar el anillo eh.

Para ellos:

1. Esté atento a las señales. Mire que muchas veces son carteles luminosos. Si Usted no ve los carteles, sepa que tendrá dos problemas: Le recriminarán el regalo feo y por sobre todo no haber visto los carteles.

2. Dedíquele tiempo a la cuestión. No se resuelve en dos minutos el temita. Un amigo dice que los puntos se suman de a uno y se restan de a millones. No se arriesgue.


3. Algo para la casa no es algo para ella. La casa es de los dos, ergo… vamos, vamos, haga la relación. No es taaan difícil.


4. Tómese el tema como un desafío personal. Anote, observe, investigue. Descarte, compare. No descuide ningún detalle. Casi casi como si se tratara de su nuevo auto. Ahhh, ve que puede?

5. Por último, luego de tanto esfuerzo, póngale onda al envoltorio y por sobre todo a la logística de la entrega. Esto último sin lugar a dudas puede redituarle muchísimo en otros ámbitos. Las mujeres somos muy agradecidas.


Ese del que estoy enamorada a pesar de los anillos (en realidad me gustan), se pavonea por ahí diciéndome (porque somos una pareja rara, si) que va a hacer un sitio secreto (si, me lo dice pero será secreto) con compañeros de trabajo y Dios sabe quiénes más, en donde justamente compartirán experiencias, se recomendaran regalos, los tipificarán según la ocasión y de acuerdo a lo que esperan a cambio. Yo lo vi tan entusiasmado que me dio pena decirle que el único problemita del proyecto genial era que un hombre o mil haciendo regalos es lo mismo. Y ahora que lo pienso tengo que desbaratar urgente eso, no sea cosa que incluso arruinen a los pocos que si saben regalar. Otra opción es que la directora del proyecto sea una mujer. Y que además las que participen sean mujeres. Pero si se lo digo no me va a creer.


Mientras releo lo escrito pienso en este hombre que se debe querer cortar las venas con un papel de regalo y me veo en la obligación de dejar pasar la cuestión, le debo la honestidad de reconocer, en un acto de justicia, que de todos modos tengo en mi haber muchísimas sorpresas y otros tantos capítulos de la historia de amor.


Casi tantos como anillos.