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textos que en algún lado tenía que poner.

lunes, 6 de octubre de 2008

M de Musicalmente hablando.


El viernes me alcanzó forrando un cuaderno para mi hija mayor. Habilidades tengo, manuales ninguna. La señorita Laura debe pensar que el cuaderno lo forró la nena de 6 años. Y que lo hizo bastante mal para su edad. En fin, a dos horas de haber comenzado el viernes me fui a dormir.

Apenas 4 horas y media después me levanté y me bañe. Me tome la taza que gracias a Dios me prepara mi marido todas las mañana de café negro expreso, amargo. Me vestí de persona. Mientras me vestía levanté a la mayor, desayunó, se bañó mi marido, despertamos a la menor, rezamos para que estuviera de buen humor y partimos. Hormigas marchando hacia las tareas diarias.


Nos subimos al auto y noté que en mi cartera, un depósito que mezcla tecnología y pañales, no estaba el maquillaje. Los viernes no voy a la oficina, voy a la Facultad. Mi socia me anotó en un posgrado. Lo pagó y luego me avisó. Básicamente lo que hizo fue ponerme una patada en el culo y depositarme en un aula, como para ver si después de mi segundo parto puedo volver a poner en funcionamiento alguna neurona. Tan optimista ella siempre. Y tan práctica.


La mayor al colegio, la menor a lo de mi suegra, yo a buscar el maquillaje (realmente no podía presentarme socialmente con esa cara de viernes). Tren, colectivo. Una barrita de cereal, el pasquín El Argentino y un libro de Tom Sharpe. De paso, iba yo en el 130 a las casi 9 de la mañana leyendo, cuando veo al lado mío, parado, a un joven universitario de pelo largo con los ojos como dos huevos duros leyendo mi libro. Claro, yo me estaba riendo del humor inglés Sharpe, que hablaba llanamente del sexo anal, con la crudeza propia del sarcasmo. Pobre pibe, demasiada estimulación para esas horas. Y difícil de contextualizar si no leíste el libro. Dura le debe haber resultado la mañana.


Luego, ya no hay tanto que decir: Clase, luego almuerzo, luego taller de posgrado, luego colectivo y tren. En el medio, llamados a la oficina, a mi marido, a mi suegra, a mi madre, a mi marido y a la oficina otra vez. Después mi casa, las nenas, cambiarlas, la comida. Y al final, ya casi la hora de ir al recital. Me gustan los recitales. He ido a muchos recitales. Intento seguir yendo, sólo que debo ser más selectiva.


Me saqué los tacos y el pantalón, me puse un jean y zapatillas. Me dejé la remera de vestir. Me saqué el collar pero olvidé sacarme los aros de gente seria. Y decidí que no me iba a sacar el maquillaje que tanto me había costado hacía ya tantas horas. Aunque sólo quedaran restos. Era un cadáver exquisito mi apariencia, pero de taller literario de barrio.


Como todavía no pude olvidar del frío que pasé en el recital de Soda Stereo, me puse polar (Yo no uso pouloveres y me pongo polar únicamente en la nieve) y encima un chaleco inflado. Casi muero sofocada, pero estaba demasiado cansada como para sacarme nada. Redonda, con el chaleco, rodeada de mis amigos todos varones, parecía un satélite.


Un kilombo estacionar. Finalmente, 7 cuadras después, un pibe nos indicó un lugar sobre un cordón amarillo. Y nos cobró 12 pesos. Caminamos tres cuadras, mi marido, un poco estresado, empezó a dudar sobre si había cerrado el auto o no y regresó a cerciorase. Claro que lo había cerrado.


Nos encontramos con nuestros amigos y entramos. Gente grande toda. Está bueno eso de dar con el promedio de edad de los asistentes a un recital. No siempre ocurre.
Empezó a sonar la banda. Un sonido de la puta madre. Y de repente, se cortó todo. Un silencio que choca conmigo. Hasta las pantallas se apagaron. Eso es un problema, porque con mi metro casi sesenta lo único que yo veo en los recitales son las pantallas. Y es gracioso, porque en este mundo raramente globalizado, en lugar de rebajar a puteadas al sonidista o de pedir que les devuelvan la plata, la multitud comenzó a corear la marca competencia de la marca que organiza el evento. Imagino a los departamentos de marketing luego haciendo focus group para evitar semejante barbaridad en el próximo festival. Y me da una risa.

Al final volvió el sonido. Y dos horas y pico de rock con aire sureño, algo de funk y algo de jazz. Y seguramente otras cosas que mi oído no supo distinguir.
La banda era la DAVE MATTHEWS BAND por primera vez en la Argentina. Impecable. Una Celebración, como debe ser.

Yo al menos, luego de semejante día, no me merecía menos.

3 comentarios:

Viejo dijo...

Hoy en la radio Gillespie comentó algo curioso.
Dijo no creer en la yeta, los mufas y todo ese tema, pero comento hoy al aire que cuando estaba en su show (previo al de Dave Matthews) pronunció como una humorada el apellido de el presidente riojano (por las dudas no lo nombro).
Un rato despues, se quedo casi todo el Club Ciudad sin luz.
Eso... nada mas.

Martin Paoletta dijo...

Lo de "estresado" es una forma elegante de decir "comenzando a mostrar preocupantes indicios de transtorno obsesivo compulsivo"?
Se está volviendo habitual volver a ver si cerre con llave, si deje la luz prendida, etc. Por suerte la pava ya la quemamos y la que tenemos ahora chilla cuando hierve.
Espero no empezar con un ritual de cerrar y abrir varias veces, mas que nada "para estar seguro".
Y tengo que dejarme de joder con lo de lavarme las manos a cada rato.

O empezar a usar crema...

Anónimo dijo...

Martin, Gustavo paso por la misma crisis hace unos años atrás y logró superarla, así que todavia hay esperanzas.