Mi abuela Mamama primero cumplió 90 años y después tuvo el mal gusto de morirse. O la dignidad. Depende.
Mi Tía Tita, soltera y sin apuro (ni para casarse ni para morirse), se fue a los 90 y pico, ya lejos del cutis de porcelana y las uñas pintadas color coral.
En este sitio sólo nombramos con su nombre real a los muertos. No es ética, es para que nadie reclame nada. Valga la aclaración.
Si bien una es herencia paterna (la tía) y la otra es herencia materna (la abuela), estos dos pilares de mi vida han compartido cenas familiares varias, cumpleaños, casamientos y velorios (No los de ellas, de hecho, ninguna de las dos fue velada). Sin embargo, y quien se los hubiera dicho, desde que han dejado este mundo han estado más cerca que nunca.
Juntitas las dos. En la oficina de mi padre. En donde atiende a los clientes. Una encima de la otra. Cada una en su urna.
Ocurre que para humor negro, mi casa. Es sano. Muy sano. Pero reconozco que a veces al entorno le resulta algo chocante. A nosotros nos mantiene vivos. Aparte a las viejas en algún lado las teníamos que poner.
Luego, varios meses después de haberlas apilado, la Parroquia del Barrio inauguró, con un sentido de la oportunidad increíble, un cinerario. Un cinerario es, al menos en este caso, una caja de concreto muy linda en donde se van tirando las cenizas de los fieles.
Partimos entonces con la tía y la abuela. Nos hubiera gustado llevar al abuelo, al marido de Mamama, pero no pudo ser. Cuando desmantelamos la casa de mi abuela, encontramos la urna allá arriba del ropero. Mi hermana la del medio, siempre tan despistada, subida a una banqueta, levantó una tapa negra con una cruz plateada y me miró preguntando: Y esto qué es? Yo le estaba por decir pero mi hermana la menor empezó a gritar, presa de un ataque de impresión (Creemos que es adoptada). Yo me reía, la del medio avisaba que la urna estaba vacía, la menor gritaba y mi madre exclamaba: Pero en dónde está papá? (Como verán o escribo o me convierto en una asesina serial).
Decía entonces que nos llevamos a la tía y a la abuela, tuvimos misa, mi hermana menor coherente con su aprensión se fue en la mitad y luego, a mi me tocó la tía y mi mamá llevó a su mamá. Una de urnas había! Los cinearios no son muy comunes y en el barrio se venían acumulando familiares en caja a lo loco.
Había que abrir las urnas, lo que generó expresiones de lo más extrañas en los dolientes. Porque, seamos honestos, yo a las dos las conocía bien, pero hay urnas que se van pasando de generación en generación y que al final no se sabe bien si son propias o si estaban ahí cuando te mudaste, junto con la maceta de venecitas. Mi madre, siempre tan genial, tenía un destornillador en la cartera, al lado de las carilinas, que salvó a más de uno de la vergüenza de andar zamarreando a los difuntos.
El señor que recibía las reliquias tenía una cuchara sopera en la mano con la que rascaba las urnas que estaban casi vacías (Haberlo sabido y llevábamos al abuelo). Luego una estampita y a irse por donde vinimos. La tía y la abuela en la casa de Dios, mamá contenta, clientes de papá sin impresionarse... Una maravilla.
Yo cerré el capítulo, me quedé con lo mejor de las dos y pasé a otra cosa. Unos días después mi hija mayor, la de 7, invitó a dos amigas a jugar. Cuando vienen niñas suelen ir a jugar al play. Desde el living yo escucho las conversaciones de los pequeños engendros infantiles. No es de chusma, estoy ahí. Reconozco, sin embargo, que no logro asimilar que todos los juegos comiencen con la muerte de los padres. Ya he comprendido que es habitual, ya he investigado y tiene que ver con la fantasía universal de la libertad absoluta (o con Cris Morena y todos sus programas) pero de todos modos me cuesta.
Estoy en el living, escribiendo por ejemplo, y tengo la secreta esperanza de que mi primogénita en algún momento diga algo del estilo de: “Dale que se mueren todos pero mi mamá no porque sin ella no puedo ni pensar en sobrevivir un microsegundo”. En lugar de eso escucho que les relata a las otras nenas que a la abuela y a la tía Tita las habíamos llevamos a la parroquia, las habían prendido fuego y para terminar, habíamos tiramos las cenizas en la casa de Dios. Noté que, sangre de mi sangre, había obviado comentarles a las amiguitas que no las habían quemado ahí, y sobre todo obvió decirles que estaban muertas. Un silencio en la merienda…
Me hice la adulta responsable y le expliqué en detalle la cuestión, seriamente, y ahí si pensé que habíamos terminado con el asunto, pero no.
Un par de días después estaba yo en la Facultad e intentaba mantener la atención durante toda la jornada en un seminario (como se pierde la costumbre eh). Con una mano jugaba con mi teléfono y con la otra jugaba con el borde de mi remera. Linda mi remera. De ahí pasé al bolsillo de mi jean y me encontré con un tornillo. No tengo alma de Bob el Constructor… demoré en hacer la conexión… pero si, ahí estaba, claramente, uno de los tornillo de la urna de la tía. Ahora, en qué momento me lo puse en el bolsillo y por qué carajo me lo puse en el bolsillo son misterios que no pretendo develar.
Que raro todo. Si yo no fuera yo podría pensar que era una clara señal de mi Tía, indignada por la irreverencia con la que me tomo estas cosas. Pero como justamente soy yo porque mi tía fue mi tía y mi abuela fue mi abuela, puedo decir tranquilamente que el tornillo en mi bolsillo ha sido un guiño seguro de estas mujeres que se cagan de risa de mí cuando me tomo algo en serio.
Brindo por ello y asumo que hay cuestiones que simplemente no concluyen aunque se conviertan en cenizas. Pedazo de bruta, por querer hacer cosas imposibles es que luego ando por la vida perdiendo los tornillos.
8 comentarios:
me dejaste muda......y encima debo reconocer que soy como la menor (de tus hermanas, claro).....impresionable si las hay....pero juro que me lo leí hasta el final mismo, y repito, me dejaste muda...
simplemente genial
Fe de erratas: tu hija la de 7 no dijo "en la casa de Dios" sino "en una caja de Dios".
una vez más...sin desperdicios!
excelente, delicias de la vida cotidiana, y sorpresas q nos siguen dando los q están aunque ya no estén. felicitaciones.
Ni me preguntes cómo terminé por dar con tu blog y leerte, celebro la casualidad más que sus causas y justo vengo a caer para esta historia de cenizas y parientes! En mi familia también tenemos humor negro salvador, pero soy la más extrema y a veces me siento incomprendida. Mi compañero teme a la muerte por sobre todas las cosas, asi que se desencadenan situaciones desopilantes cada vez que hablamos de eso. La saludo y me quito el sombrero madre-mujer-argentina-talentosa-con-humor
ajaja.....genial !!!!! ajaj....besote grande !!
Buenísimo Beta.
Me reír hasta "morir". Que se repita pronto..el post digo, no el programón de los cinearios .
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